Este
mes comienza casi con la fiesta de Pascua, donde recordamos el sacrificio de
Jesucristo, obra fundamental para nuestra salvación. Y lo que el Señor estaba
haciendo mientras que extinguía su vida en la cruz era reconciliar al mundo con
Dios. Dios nunca se reconcilia con nosotros, sino que nosotros somos
reconciliados con él por medio de Jesucristo. No es el error de Dios. No es que
Dios se haya apartado de nosotros. Por el contrario, somos nosotros los que nos
hemos apartado y alejado. Pero el poder del amor de Dios, expresado
voluntariamente en la persona de Jesucristo, hace posible que nos acerquemos a
él y volvamos a tener una amistad y una concordia con Dios.
En
este mundo funcionalista en el que vivimos, donde los valores se moldean
fuertemente por los medios, la palabra “amistad” ha descendido a niveles
superficiales como nunca antes. Facebook es uno de los responsables de
establecer el valor de la amistad, por medio del toque de un botón virtual.
Basta con clickear sobre “solicitud
de amistad”, como para entrar en una amistad cibernética. ¿Cuántos amigos
tengo? Facebook te lo dice. Tener muchos te da popularidad, peso, impronta,
renombre. Uno se siente importante, reconocido, escuchado, leído. Mis opiniones
importan. Inclusive puedo dialogar, la mayoría de las veces, algo superficial,
irrelevante, chato, vano, etc. Pero eso es la amistad de Facebook. Compartir
fotografías, algún pensamiento que vaya saber de quién viene. Pero eso no
importa. “Me gusta”, tengo que opinar porque la idea es cool. No entiendo lo que dice; no entiendo las implicancias, pero
mi amiga dijo que le gustaba y entonces también a mí me gusta. Tiene onda. Esa
es la amistad o el concepto de amistad facebookeana.
La
redefinición de conceptos es la especialidad de la serpiente. No es lo que Dios
dijo (la definición divina), sino mi punto de vista, mi definición. Es más
pragmática, es más funcional, es más adaptada a los tiempos, más flexible, más
inclusiva. Pero en esta nueva amplitud que adquiere, también es débil, y por
cualquier cosa puede eliminarse. También con un doble click virtual.
Gracias
a Dios la amistad con Dios no se desarrolla por medio de clicks. Requiere algo más y es más doloroso, pero es fuerte y
duradera. Dura por toda la eternidad. No se rompe por un caprichito
irrelevante. La reconciliación nos pone en una relación de amistad con el
Creador. Dios llamó a Abraham y a los discípulos “amigos”. Y esa amistad no era
para compartir fotos ni pensamientos espurios, sino la realidad del Reino. Tan
distorsionada o minusvalorada está la amistad que podemos contemplar la
posibilidad de ser cristianos sin ser amigos de Jesús. Inclusive podemos
aspirar a un ministerio, y un ministerio poderoso, pero no a la amistad con
Jesús. Aceptamos la amistad de “automatismo”, de click, de superficialidad, pero no la amistad sacrificial, la que
queda sellada con la marca del Espíritu Santo en nuestro corazón.
Abraham
no era perfecto. Muy lejos de esta realidad. ¿Qué decir de los discípulos? ¡Un
desastre! Nos preguntamos ¿cómo puede tener Jesús tales amigos? Porque amistad
no quiere decir perfección, supersantidad, superespiritualidad. Tiene que ver
con obediencia, con un corazón dócil y amplio, con fidelidad, con presencia,
con perseverancia, etc. ¿Preferimos el estrellato de un ministerio antes que la
intimidad con el Señor? ¿Anhelamos más el reconocimiento de los hombres que el
de Dios?
La
reconciliación logra ponernos en amistad con Dios. Sepamos aprovechar esta
accesibilidad de Dios, que es para nuestro bien. Disfrutemos de nuestra vida
cristiana y el ofrecimiento de la amistad divina, disponible a través de
Jesucristo. Profundicemos esa amistad porque tendremos los beneficios de que
Dios nos abra su corazón y nos muestre una cantidad de maravillas que escapan a
todas las que otras amistades pueden mostrarnos y ciertamente a la de la
chatura de Facebook.