sábado, 9 de noviembre de 2013

Cristiano o reformado o bautista o pentecostal o...

http://luisjovel.com/2013/11/10/es-john-piper-reformado/

El cristianismo, no como una entidad despersonalizada, sino como conjuntos de personas que interpretó o fue obligada a interpretar a Cristo (y sus intérpretes inmediatos -los apóstoles) fue llevando el mensaje de su fundador a diferentes esferas de la cultura humana; cultura humana que estaba fundada sobre otros principios o valores (o carencia de ellos) que las que pretendía, obviamente, implantar el cristianismo. Sin embargo, ha habido un facto común entre unos y otros, que es la misma naturaleza humana, y que muchos que ahora eran los heraldos, otrora vivían en ese mundo de alienación: "sin Dios y sin esperanza en este mundo".

Como es sabido, el llevar el mensaje, el penetrar con la Palabra en los distintos contexto culturales, si bien logró su objetivo, también sirvió para que muchos elementos culturales se mezclaran con el mensaje que se trató de difundir. Y junto con el mensaje, el mensajero. Y con el mensajero, su teología. Así muchos elementos del contexto griego (grecorromano) se comenzaron a mezclar con el mensaje (básicamente medio-oriental).
Una de las cosas que se vio, a partir de la Reforma, coincidente con el contexto sociopolítico que se estaba viviendo en Europa de Renacimiento (aunque esto ya estaba bien encaminado) y creciente humanismo, es justamente el hacerse de un nombre, y de allí surgirían las denominaciones. Pablo, en el contexto de Corinto, lo frenó (1 Co. 1), pero parece que está la tendencia siempre de seguir a un "caudillo", en este caso espiritual. Esto ya se había iniciado con la torre de Babel. "Hagámonos un nombre". No querían ser dispersados; no pensaron en la voluntad de Dios. No pensaron ni siquiera en el nombre de Dios. Pensaron en un nombre humano.
Es triste que el cristianismo se haya dividido en multitud de denominaciones, y ahora se evalúe la calidad de un cristiano por si es "reformado" o no. El nombre babilónico -me atrevería a decir- de "reformado" es más pesado, más identificatorio de lo verdadero, más glorioso que el nombre de "cristiano" (como seguidor de Cristo), o que de hijo de Dios. De hecho, el título que nos pone Dios mismo es de "hijos", y no de bautistas, metodistas, reformados, pentecostales, etc. Y si todavía estamos defendiendo a rajatabla este tipo de denominaciones, aún seguimos en el partidismo intereclesiástico de 1 Co. 1, del cual Pablo, sarcásticamente, dice que "todavía espera la manifestación de Jesucristo" (veía dones -todos los dones-, pero no veía a Cristo en ellos). Si le estamos dando todavía gloria al hombre, Cristo está en un segundo plano.
Obviamente, el decir una cosa así, es fuerte, porque cualquiera de los expositores de "renombre" no negarían el primer lugar de Cristo en sus vidas, pensamientos, acciones, etc. Pero en le momento de definirse y ponerse un título para identificarse con un sector humano dentro de las filas de la fe, dan una babilónica y, por ende, peligrosa prioridad que le saca la gloria a Dios, a quien ellos mismos pretenden dar.
Asumir que un determinado movimiento teológico monopoliza la verdad, es caer en un acto idolátrico. Si tengo que leer las Escrituras a la luz de determinada doctrina, no es otra cosa que historia vieja. Todo movimiento de reforma apuntó hacia la iglesia de Hechos, porque es el Espíritu Santo quien lleva (dirige) a la iglesia "a toda verdad". Ir a las fuentes, a "los del Camino". De modo que me parece estéril una discusión, por elaborada que sea, y un entretenimiento de las tinieblas, para distraer a la iglesia de lo que debe ser y hacer, cuando se pone primero un título humano, un título histórico, de un proceso histórico-social, que indiscutiblemente fue un mover del Espíritu Santo, pero que se lo exalta por arriba del nombre de Cristo y de su iglesia. La iglesia es más que un movimiento; es el cuerpo de Cristo. Y es en el cuerpo de Cristo, que él tiene su plenitud (Ef. 1:23).


Pr. Horacio R. Piccardo