domingo, 25 de marzo de 2012

¿Cuál es la verdadera evolución?


La imagen me lleva a compartir una pequeña reflexión, como contraste de dos actitudes. La de arriba es la de la evolución darwiniana, donde el ser humano se yergue sobre sus dos pies, como producto de la evolución, el paso del tiempo, el azar, mutaciones fortuitas, de un conocimiento innato, genético que se organiza en estructuras superiores.

Me habla de un ser humano con una autoconfianza en su propia realización y su capacidad “natural” de hacerlo. Me habla de capacidad, de dominio, de que nada se le va a oponer.  Me hace recordar al cuadro de la Ilustración europea de siglos anteriores y la confianza darwinista que había aquel tiempo (s. XIX), donde ya se decía que el siglo siguiente iba a ser el siglo de oro, porque no habría más guerras, ni enfermedades. La ciencia, la tecnología, la sapiencia humana solucionaría todos los males del ser humano y de la sociedad. ¿Por qué este descubrimiento? Porque ahora el hombre se había puesto a pensar. La ciencia avanzaba, la medicina avanzaba, la sociedad avanzaba, las condiciones laborales y económicas avanzaban… Pero dos guerras mundiales desbarataron el proyecto modernista de la confianza en la razón.

En toda esa confianza y efervescencia de aquel tiempo, desoy7eron lo que la Biblia decía: el hombre es pecador. Por lo tanto, está destinado al fracaso. Su empresa, su proyecto autosuficiente está destinado al fracaso.

Las dos guerras pasaron, la cosmovisión modernita (sostenida por algunos todavía), cayó, pero el hombre se sigue erigiendo como explicación de todo. Desarrolló el postmodernismo con la confianza en el sentimiento, en lo subjetivo. Pero nuevamente se olvida este proyecto inconcluso aún en que el hombre sigue siendo pecador. No es la filosofía o la cosmovisión que adopte. Es la realidad interna inexorable de que el hombre es pecador. No puede resolverlo con tecnología, ni ciencia, ni filosofía, ni religión, ni sociología, ni ética, ni economía.

La segunda parte muestra la persona que reconoce su insuficiencia, que reconoce su pecaminosidad y su fracaso ante Dios. Y que encuentra en la cruz de Cristo, aquel que es Todosuficiente para levantarlo de su fracaso. Es aquel que se hace eco de las palabras de Juan el Bautista: “es necesario que yo mengue y él crezca”. Es aquel que se rinde al que lo puede completar con la plenitud de Dios.

Dios quiere humanizar al ser humano, en el sentido de hacerlo como el varón perfecto. Es la obra del Espíritu de Dios que trabaja en nosotros en la medida que nos inclinamos ante la obra completa de la cruz. No importa uno u otro marco filosófico. Nada de esto nos hace “evolucionar”, pero el ser humano sólo va a crecer hasta la estatura de la plenitud de Cristo, cuando se incline, se quebrante, se postre delante de él.

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