Aparentemente, a la luz de Gá. 5:13-18, había un problema social en
alguna de las iglesias de los gálatas, que redundaba en una serie de conflictos
entre los hermanos. Pablo sabiamente no trata de poner una venda a la herida,
sino buscar de raíz cuál es el problema de base.
Había un llamado que tienen todos los cristianos que es un llamado a
la libertad. Pero el punto es, en este caso, qué es lo que se entienden por
libertad. Libertad hasta dónde. ¿Cuáles son los límites? ¿Los hay? ¿Para qué
uso mi libertad? El problema que Pablo ve aquí es que algo anda bien mal, por
cuanto algo que es de Dios, como es la libertad, aquí está resultando en un
conflicto entre hermanos, que podría cristalizarse en competencia, serruchadas
de piso, peleas, etc.
Entonces retoma el AT y un principio básico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La libertad en Cristo, no
puede ir contra de este mandamiento fundamental. ¿Y qué es lo que muestra Pablo
a los gálatas? Que ha dos “fuerzas” trabajando en nosotros. Los mundanos no
tienen este problema, pero los cristianos sí: está la carne y el Espíritu. Y
los dos se oponen y los dos están reclamando total sumisión de la persona. Pero
primero entendamos el tema de la libertad. Dice allí Pablo: “de manera que no podéis hacer lo que deseáis”.
Es claro: o soy guiado por uno o guiado por otro. Nunca “independiente”.
Libre sí, pero no independiente. Pero es el Espíritu Santo el que me hace libre
(2 Co. 3:18). Y si no hay dependencia, tampoco hay libertad. Es decir, en
principio, el que inicia y establece la libertad es el Espíritu Santo, y
nuestra dependencia con él nos mantiene en y aumenta esa libertad. Luego va a
decir algo interesante: el que es guiado por el Espíritu Santo no está bajo la
ley. Y esto es tremendo. Hay algo más poderoso que la ley y que nos permite
vivir por arriba de cualquier ley, de modo que nadie nos tiene que decir cómo
vivir. Contra el fruto del Espíritu no hay ley (Gá. 5:23). Juan va a decir más
tarde que la unción nos enseña todas las cosas y no necesitamos que nadie nos
enseñe. Ya esto estaba profetizado por Jeremías, cuando Dios escribiera su ley
en nuestros corazones (He. 8:10s).
Pero la otra alternativa también está: ser guiado por la carne. Allí
caemos bajo la ley, bajo la condenación, porque pecamos y perdemos la libertad,
porque quedamos esclavos del pecado. La única manera de mantener la libertad es
por la guianza del Espíritu. En Ro. 8:5 Pablo va a decir que poner la mente en
las cosas del Espíritu es vida y paz, mientras que ponerlas en las cosas de la
carne es muerte. Es la decisión para nuestra felicidad integral y para el todo
de nuestras vidas.
Más tarde, en Gá. 6:2, volviendo al aspecto relacional de la vida cristiana,
Pablo habla de la “ley de Cristo”. La ley de Cristo es el principio de la
guianza del Espíritu Santo. Santiago la va a llamar: “la ley perfecta” y “la
ley de la libertad” (Stg. 1:25). El hermano del Señor nos exhorta a mirar
atentamente a es ley, a permanecer en ella, no ser oidor olvidadizo y sino un
hacedor de esa ley. En otras palabras, vivir, encarnar la ley de la libertad.
Permitir que el Espíritu Santo nos guie en todo. Sólo así seremos “bienaventurados
en todo lo que hacemos”.
No hace falta hacer terapias para ser feliz. No psicologicemos el
evangelio. Si quieres ser feliz, déjate guiar en todo por el Espíritu Santo.
Deja que él te examine y te guíe al arrepentimiento, al conocimiento de la
verdad y camina en ella. Es la ley que te mantiene en la perfecta libertad y
que está en íntima relación con la total dependencia.
Ser feliz es una posibilidad cierta para el cristiano. No la
desaprovechemos. Y esa guianza no hace mal al prójimo. Y en rigor no le hace
mal a nadie. No hay ley que se atreva a restringirla. Tal es así, que Dios
mismo no pone ninguna ley. Por eso es la perfecta libertad.
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