miércoles, 21 de diciembre de 2011

Apocalypse Now

No se trata de un remake de la legendaria película, ni un comentario de la misma. Nada que ver. Se trata de ver ahora el libro de Apocalipsis a la luz de los acontecimientos mundiales. No me suscribo indeclinable y exclusivamente a ninguna de las teorías interpretativas conocidas (preterista, historicista, futurista, idealista), sino que creo que hay elementos en cada una de ellas que son válidos y otros algunas veces cuestionables o impropios. Pero más me interesa ver el mundo espiritual que describe el Apocalipsis. Creo que es más valioso. Este libro, como otros, y no quiero descartar ninguno del canon bíblico, aportan bastante información para conocer el mundo espiritual. Pero creo que la introducción a Apocalipsis nos da las bases para conocer este mundo espiritual.

En principio hay cuatro principios hermenéuticos que hay que tener en cuenta, no muchas veces enfatizados. El primero es que uno debe ser cristiano. Es cierto que un brujo puede y de hecho conoce el mundo espiritual. Pero lo conoce en forma distorsionada. Lo conoce como Satanás y sus huestes se lo han revelado. No le han dicho toda la verdad, y probablemente no le hayan dicho nada de la verdad. Inclusive ellos se hayan confrontado con el Reino de Dios, y hayan advertido que su poder es muy superior. Eso es lo único que conocen: que hay un poder superior. Pero no pueden conocer el Reino y el mundo espiritual en plenitud.

El segundo principio es que uno debe vivir la vida cristiana, debe vivir un cristianismo espiritual para entender cómo opera. El principio disyuntivo de la filosofía cartesiana (el sujeto está totalmente separado del objeto de estudio) que por un lado ha contribuido al tremendo desarrollo (en un sentido) de las ciencias, ha hecho estragos en otras disciplinas del saber, como es teología y fe. Porque se puede estudiar la fe “objetivamente”, es decir, sin practicarla. Es un objeto del conocimiento intelectual. Pero nunca Jesús, ni ningún otro hagiógrafo pensaron en tal ridiculez. Todo aquel que enseñó algo del mundo espiritual (y todos lo hicieron), vivieron y experimentaron ese mundo espiritual. Hablaron de su experiencia. Dios les explicó la verdad en medio de la experiencia que estaban viviendo. O, en otras palabras, la experiencia espiritual moldeó o preparó la mente como para captar la explicación de la revelación de la cual participaban. Esto es muy claro en Apocalipsis.

El tercer principio es que el mundo espiritual es un mundo de y en conflicto, al menos por el momento. Si rechazamos esta tensión espiritual constante y abrogamos por un pacifismo estático, donde el (omni)control de Dios tiene digitadas todas las cosas y nada se presenta como un desorden caótico u orientado hacia la oposición al plan de Dios, entonces la comprensión del mundo espiritual será una megarrepresentación cósmica donde cada uno representa un rol concreto y donde cada actividad, decisión, emoción está siendo desarrollada como fue predicha en tablas atemporales, y donde el sentido de libertad entra en crisis y en necesidad de redefinición. Es cierto que se va a tener una comprensión del mundo espiritual, pero dudo que sea la correcta.

El cuarto principio es una necesidad nuestra y una consecuencia del segundo: la constante renovación de nuestro entendimiento. No hay posibilidad de comprender y comprobar la voluntad de Dios a menos que vivamos renovando nuestra mente. Y la fuerza más revolucionaria en este sentido es el poder del Espíritu Santo obrando en nosotros a través de las experiencias espirituales. Y como la iluminación de este mundo sobrenatural es progresiva, nuestro entendimiento debe renovarse conforme progresamos en nuestro estudio.

Los primeros versículos de Apocalipsis dan tanta información que es imposible resumirla en pocas líneas. Para bosquejar los primeros versículos digamos lo siguiente en forma esquemática:

·         1:1a. Desencadenamiento de la revelación: Dios -> Jesucristo -> ángel -> Juan -> nosotros.

·         1:1b. Revelación de Jesucristo: lo revela a Jesucristo, muestra quién es en la creación

·         1:1b. Revelación a sus siervos: un mensaje para la iglesia. No es un mensaje evangelístico

·         1:1c. Las cosas que deben suceder pronto

·         1:2. Juan dio testimonio de la palabra de Dios, de Jesucristo y de todo lo que vio.

·         1:3. Clave de la felicidad: leer, oír y guardar el mensaje del Apocalipsis, en forma individual y colectiva.

·         1:4a. Las siete iglesias de Asia

·         1:4b. Gracia y paz

·         1:4c. Dios Padre: el que es, el que era y el que ha de venir

·         1:4d. Espíritu Santo: los siete Espíritus que están delante del trono

·         1:5a. Jesucristo: testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra

·         1:5b-6a. Doxología: Jesús nos ama, nos libertó del pecado y nos hizo un reino y sacerdotes para Dios

·         1:6b. Doxología: A Jesús sea la gloria y dominio por los siglos de los siglos.

Me ha llevado cuatro mensajes[1] (estudios bíblicos) bien densos desarrollar toda esta información, y estoy consciente de no haber involucrado toda la información que brindan. ¿Por qué describe a Dios, al Espíritu Santo y a Jesús en los términos que lo hace? Ya está anticipando desde la presentación Trino Dador del saludo de gracia y paz lo que los receptores necesitan saber para lo que tiene que suceder pronto. La clave de la felicidad para las siete iglesias en la tierra no está desligada de la gracia y paz enviada desde el cielo, pero lo recíproco también es cierto: la gracia y paz no actúan automáticamente si no hay una responsabilidad nuestra en recibirla según los delineamientos bíblicos.

No es posible comprender el mundo espiritual y cómo trabaja, si no comprendemos a Dios cómo se revela. El Dios Trino, aquí se revela en trece (3+7+3) características divinas, presagiando un tiempo de rebelión y apostasía de dimensiones únicas. Dios le habla a su iglesia preparándola para mostrarle un tiempo particular venidero, que ya en aquel (fines del siglo I d.C.) tiempo mostraba signos de quiebre. Pero al mismo tiempo, lo que Jesús hizo por nosotros nos involucra en una responsabilidad como nunca antes, por ser parte de su Reino: el ministerio sacerdotal, la intercesión.

Hay algo clave en este tiempo para la iglesia y es estar en el trono de Dios por medio de la intercesión, porque sólo el clamor del pueblo delante de él va a abrir los cielos para producir los cambios necesarios (en el cielo y en la tierra) tendientes a la resolución del conflicto cósmico. La iglesia está llamada a participar e involucrarse. La iglesia lo va a entender cuando lo haga y Dios se lo revelará cuando participe de este mover de intercesión. En rigor, diría, los intercesores son los más privilegiados en este sentido, porque son los que más entienden el mundo espiritual. Diría que se mueven en otra esfera, participan (en forma más “tangible”) de otras realidades. Al experimentar un mover mucho más cercano y palpable, sus mentes están conformadas más cercanamente a la mente de Cristo. Algunas veces, por eso creo, no se los entiende o se los tilda de esto o aquello, porque ven y en consecuencia piensan de una manera diferente.

No estoy diciendo con esto que sean “más perfectos” que otros, o que sus palabras o conocimientos sean “infalibles”. Nada de eso. No obstante considero que es bueno escucharlos, pero mejor es interceder. Dios nos quiere enseñar de primera mano las cosas celestiales. Y el acceso está dado para todos.



[1] Considerando que tres de ellos están dedicados a la presentación que Juan hace de cada una de las personas de la Trinidad. Los estudios pueden verse en mi muro en Facebook.

jueves, 15 de diciembre de 2011

La Palabra como moldeadora de identidad


Cuando pensamos en el Pr. 18:21, que dice: “Vida y muerte están en el poder de la lengua; los que la aman comerán de su fruto”, se nos viene a la mente una orientación potencial de la explicación del texto en términos contemporáneos. Pero quiero hacer otra lectura del mismo, en referencia, también, a la palabra emitida, aquí ejemplificada por la lengua, con apoyo del versículo anterior. Y lo quiero hacer a la luz de un interesante artículo que presentara David Avilés tratando la gestualidad religiosa y la formación de identidad[1].

A la luz de los estudios neurocientíficos actuales, nadie duda que nosotros somos en parte producto de una contribución genética y de un medio ambiente el cual está antes que nosotros apareciéramos en él. Por así decirlo, estos son elemento fuertemente deterministas en lo que va a ser nuestra personalidad: no dependen de nosotros; depende de otros. Pero los neurocientíficos llegan a romper este casi fatalista determinismo, al mostrar que nosotros estamos genéticamente determinados a no ser genéticamente determinados.[2] Porque si bien el contexto está alrededor de nosotros y nos (altamente) influencia, no determina mucha de sus propuestas. Todavía hay un elemento de libertad dentro de nosotros que determina el curso de nuestra vida, bien a pesar de lo que dicte dicho contexto.

Entonces vemos un tercer elemento moldeador de nuestra persona que son nuestras decisiones. Sin embargo, desde una cosmovisión cristiana, no podemos evita el estructurar al ser humano como alguien que en parte es espíritu y en parte es físico. Y su espíritu está en contacto con el Espíritu Santo (u otras fuerzas espirituales existentes e influyentes). De modo que como cristianos debemos admitir que este factor, en interacción con los otros –fundamentalmente con nuestras decisiones– actúa en la transformación de nuestro ser.

En Romanos 6:17s Pablo agradece a Dios, diciendo “que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados;  y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia”. La figura que pone en el primer versículo en la expresión “forma de doctrina a la que fuisteis entregados” puede visualizarse como un “molde de doctrina en el cual fuimos vertidos”. De hecho “forma” es la palabra griega typos, que también es molde, y entregado (paradídomi), es aquello que viene dado y así se pasa.

La enseñanza (didajé) no es otra cosa que la organización de palabras a partir de una cosmovisión dada y orientada hacia un fin, funciona como una suerte de molde, tal que si nos amoldamos a él, es decir, si “obedecemos de corazón”, tomamos la forma de esa enseñanza. La enseñanza nos estructura, nos da la forma como hijos/as de Dios, y particularmente “siervos de justicia”. La figura familiar de la forma, el molde y nuestra forma, que me viene a la mente es la de un flan o gelatina que se vierte en un molde. Al principio, mientras está caliente (etapa de formación, de impartición, de crecimiento), no tiene forma propia; es líquido. Pero cuando se enfría, el flan o la gelatina tiene la forma del molde.

El secreto, según proverbios, es “amar” esa palabra o enseñanza. Comemos su fruto. El fruto es siervo de justicia. Si se dice comúnmente “somos lo que comemos”, nos transformamos en “hijos de la enseñanza” o de la Palabra.

Pero el proverbio nos dice la otra cara de la moneda también: la vida y la muerte. El secreto es la palabra que amamos. Pablo anima a los colosenses a que la Palabra de Dios abunde en nuestros corazones (Col. 3:16), y no una abundancia estática sino transferible y comunicativa.

La decisión está en nosotros, en qué amamos. Y el amor, para ser tal, debe ser libre. Por eso esta área no puede, desde esta perspectiva, estar determinada por otros factores. Ciertamente, desde una perspectiva bíblica, la gracia de Dios la habilita para decidir en libertad, pero la decisión la tomamos nosotros.

La palabra de Dios restaura la imagen de Jesucristo en nosotros. Pablo, con dolor en el corazón por el retroceso de los gálatas dice que vuelve a sufrir dolores de parto, para que Cristo sea formado en ellos (Gá. 4:19), y los lleva a un razonamiento centrado en la palabra de Dios y la experiencia con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo y la Palabra de Dios van a trabajar conjuntamente para formar el perfil de Jesucristo en nosotros.

Es clásico el texto de Ro. 12:1s en este sentido. No amoldarse a este mundo, sino permitir ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento (nous). Implica que debemos pensar de otra manera, hay otra estructura de palabras que deben moldear nuestra forma de pensar. Esa estructura de Palabras es el evangelio del Reino, es el lenguaje que el Señor nos vino a dar, para lo cual, Jesús mismo, al comenzar su ministerio y decir el Reino de Dios se ha acercado, dice “arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr. 1:15) (dos imperativos presentes, que más rigurosamente deberían traducirse como “permanezcan arrepintiéndose y creyendo en el evangelio continuamente; una actitud de constante cambio de modo de pensar y un creer nuevo a consecuencia de la fe originada por la palabra –cf. Ro. 10:17).

Está en nosotros, en nuestras decisiones, el abrir esta puerta de nuestro entorno espiritual para que seamos transformados para ese propósito divino de ser “siervos de justicia”. Jesús tomó la naturaleza de siervo (morfé doúlou) (Fil. 2:7), e indiscutiblemente la palabra que él oía para hacer su ministerio era la de su Padre.  No hay otra forma, entiendo, de llegar a esa meta (imitar a Cristo), sin amar la Palabra de Dios.

Horacio R. Piccardo



[1] David Avilés: "La corporalidad Religiosa contemporánea. La gestualidad religiosa como construcción de identidad". GEMRIP. Recuperado el 15/12/2011 de http://religioneincidenciapublica.files.wordpress.com/2011/12/corporalidadreligiosacontemporanea-aviles.pdf.
[2] Ansermet, F. y Magistretti, P.: A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente. Madrid: Katz, 2010, p. 24.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Revelación y cateogorías cognitivas


Hace más de tres décadas el antropólogo Paul Hiebert publicaba un artículo sobre la relación o influencia que había entre los idiomas griegos y hebreos con las categorías cognitivas que él llamó “conjuntos limitados” y “conjuntos centrados” respectivamente. No viene al caso tratarlos aquí, pero el autor mostraba cómo un lenguaje condicionaba la forma de pensar.

El apóstol Pablo plantea en 1 Co. 2 un tema paralelo en el contexto de la división partidista que se daba en la iglesia de Corinto, al parecer por cabecillas con algún conocimiento por arriba del común denominador de dicha congregación. De modo que él comienza planteando que cuando él llegó a Corinto y comenzó al fundación de la iglesia no fue con “superioridad de palabras o de sabiduría” (2:1). Su objetivo era transmitir lo que emanaba del sacrificio de Cristo (2:2) y su mensaje estuvo caracterizado no por verborragia barata, sino “con demostración de Espíritu y de poder” (2:4), que tenían como propósito que la fe de los conversos descansase no sobre desarrollos lógicos del razonamiento humano, sino sobre la experiencia concreta del Espíritu Santo obrando en las vidas de las personas (2:5). Esto es bastante significativo, ya que Charles Kraft sostiene que el conocimiento experiencial es el más poderoso para cambiar las cosmovisiones, mientras el intelectual el que menos logra (aunque sea el más difundido en occidente, incluyendo en los seminarios). En este sentido, como ejemplo, el ciego de nacimiento no podrá decir mucho delante de los teólogos profesionales del templo, pero su teología principiaba en una cosa: “si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo” (Jn. 9:25).

Ahora, esto no quiere decir, que el apóstol se dedicara todo el tiempo a hacer milagros y señales de poder. Había tiempo para hablar sabiduría. Pero en este sentido hace dos observaciones. Primero la habla con los que han alcanzado madurez y segundo, la sabiduría de la que habla es la celestial, la divina, la que estuvo predestinada para nosotros para nuestra gloria (2:6s). Dicha sabiduría escapa a cualquier razonamiento e imaginación humana. Escapa a toda estructura cognitiva y vocabulario humano (2:9). Sin embargo, Dios la hizo accesible a nosotros (ya que estaba preparada para nosotros) por medio de la revelación del Espíritu Santo (2:10).

Aquí el Espíritu Santo parece estar cumpliendo una doble función. Primero de escudriñar todo y particularmente “las profanidades de Dios”. Y segundo, nos las revela a nosotros. Jesús había dicho que el Consolador no hablaría de su propia cuenta, sino que nos hablaría todo lo que oyese (Jn. 16:13). Todo lo que el Padre le habla al Hijo, el Espíritu Santo nos lo transmite, y así nos guía a toda la verdad. Estas profundidades de Dios, quizá tengan que ver fundamentalmente con los “pensamientos de Dios” (2:11). De la misma manera, el espíritu humano examina los pensamientos del ser humano (2:11; cf. Pr. 20:27). A la luz de estos versículos, el diagrama (no mostrado) se muestra incompleto, por lo que deja de decir, pero las Escrituras no niegan –sino que afirman– nuestra comunicación en oración y adoración en el espíritu (cf. Jn. 4:24; 1 Co. 14).




El Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Ro. 8:16) y nos revela lo que Dios nos ha dado gratuitamente (2:12). Y Pablo dice que “de esto hablamos”. Esta es la sabiduría espiritual, celestial o de Dios de la cual habla. Pero esta revelación genera un lenguaje nuevo, ya que las categorías lingüísticas están muy limitadas para la revelación que escapa, como dijo, a la imaginación humana. Es así que el Espíritu Santo enseña nuevas palabras acomodando esos pensamientos o revelación a un nuevo lenguaje espiritual (2:13).

Es muy común ver en chicos en edad de crecimiento que ante nuevas experiencias y un vocabulario reducido, inventan alguna palabra (cuando ya existe una apropiada, pero que la desconocen) para expresar lo vivido. Algunas veces se ha argumentado que un documento bíblico no es de tal o cual autor, porque el vocabulario es diferente. Pero la realidad es que experiencias nuevas generan categorías cognitivas nuevas que requieren un nuevo vocabulario, enseñado, en este caso, por el mismo Espíritu Santo. Pablo había experimentado, por ejemplo, un rapto al tercer cielo donde dice que “escuchó palabras inefables que al hombre no se le permite expresar” (2 Co. 12:4).

¿Cómo comunicar o a quién comunicar esto? ¿Quién puede recibirlo? ¿Para quién es? Ciertamente no para el hombre natural (psujikós), el almático, el que se dirige por sus emociones y pensamientos. Para él las cosas del Espíritu son locura. No las puede entender, porque no tiene el Espíritu Santo, que de alguna manera “decodifica” y da entendimiento a la persona. Se disciernen espiritualmente (2:14). Por el contrario, el ser humano espiritual (pneumatikos) está habilitado para discernirlo todo. Sin embargo, no todo creyente, da a entender Pablo, está habilitado. Porque el carnal (sarkinos), el niño en Cristo (como opuesto al espiritual) (3:1) inhabilita esta revelación y entendimiento. Las divisiones, los celos, las contiendas (no creo que la lista esté cerrada) son ejemplos de esta inmadurez que hace el cristiano se comporte (o viva) como un ser humano inconverso (3:3s). Si bien tiene la posibilidad del acceso a los mismos recursos revelatorios de Dios (tiene la mente de Cristo -2:16), no obstante su estilo de vida bloquea esa posibilidad y requiere que se le de “leche”.

Este capítulo 2, y sobre todo estos versículos iniciales del 3, junto con lo que la 1 Corintios enseña, que Pablo dice que sigue siendo “leche”, nos muestra, para nuestra vergüenza, que muchas veces andamos también nosotros “como hombres”. Perdemos mucha revelación por hacer caso a cuanta cosa mundana se nos cruza por nuestras mentes y corazones. Pablo enseña en Ro. 12:2, que debemos transformarnos (metamorfoo) por medio de la renovación de nuestro entendimiento para poder comprobar (dokimazo) la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta. La voluntad de Dios, entonces, puede ser verificada pero sólo con una mente renovada. Y la mejor forma de renovarla es con experiencias con el Espíritu Santo, que son capaces, por un lado, de desbloquear patrones antiguos de pensamientos y por el otro lado darnos nuevas cosmovisiones, nuevas ideas y un nuevo lenguaje. Nuestra mente debe renovarse en el espíritu que está detrás de ella (Ef. 4:23).

Esto nos anima a buscar nuevas experiencias con el Espíritu Santo, que tiene que ver con la sabiduría de Dios. Esto nos habla de crecimiento espiritual, de madurez, de nuestra gloria a la cual nos predestinó por Dios, pero esa experiencia gloriosa con el Espíritu Santo no está al margen de la guianza que él nos quiere dar para hacer morir todas aquellas obras (de la carne) que de otra manera bloquearían ese crecimiento y madurez. Los que son guiados por el Espíritu Santo, esos son los hijos de Dios, y esto nos habla de un proceso continuo, de ser formados continuamente como hijos de Dios. La invitación siempre es a crecer a la imagen y semejanza de Cristo.
Horacio R. Piccardo

Teodicea, pensamiento complejo y la pastoral


Teodicea es aquella parte de la teología que trata de compatibilizar la existencia y extensión del mal con un Dios omnipotente, omnibenvolente y omnisciente. Por qué el mal existe, por qué Dios no lo frena, por qué sufren los justos, etc. Desde la pastoral, si hay un tema que recurrentemente llega es el del sufrimiento. Y cuando lo hace, si somos honestos, debemos confesar nuestra ignorancia del por qué sucedió lo que sucedió. Es allí cuando quizá aventuramos algunas respuestas tipo cliché con el objeto de traer consuelo, de alguna manera, a la persona o personas que estamos ministrando. Y estas respuestas pueden ser frases hechas (por lo común), cuyo origen ignoramos y en cuyas implicancias éticas no pensamos, o promesas con las que directa o indirectamente le hacemos decir a Dios cosas que no dice y alimentamos, así, vanas esperanzas.

Por lo general, nosotros tendemos a decir que la finitud de nuestra mente no puede comprender la infinitud de la mente de Dios. Y esto tiene sustento bíblico (Is. 55:8s) y buena lógica. La pregunta es si todo el tema del sufrimiento es esconde detrás de esta ignorancia nuestra en particular. Porque este razonamiento, tarde o temprano, involucra a Dios en la problemática. Y aquí se corre el riesgo de involucrarlo moralmente Dios responsabilizándolo por los hechos. El prejuicio más clásico es que detrás de toda desgracia hay un bien escondido o un bien superior, o aun, que Dios está en control de todo. Pero no podemos explicar el por qué Dios ejecuta, o al menos permite, el mal, sabiendo que es mal. ¿No es Dios, acaso, todopoderoso como para no poderlo hacer de otra manera?

El libro bíblico que par excelence habla del sufrimiento es el libro de Job. A partir de su capítulo 3 comienza el diálogo entre Job y sus amigos tratando de dilucidar por qué pasó lo que pasó. Mientras que en rasgos generales, Job defiende su integridad, sus amigos lo acusan porque Dios castiga al pecador, y si vino todo este juicio debe haber algo escondido en su corazón que tiene que confesar. Lo curioso del caso, es que Job veía a Dios como un tirano injusto, castigador, arbitrario, que no quería matarlo y lo mantenía en sufrimiento. Muchos pasajes a lo largo de todas sus alocuciones dan muestras de este pensamiento, desde que vino la primera desgracia, con su famoso “Dios dio y Dios quitó” (1:21) y el “¿…aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (2:10) después del segundo ataque.

Y aquí surgen dos puntos importantes, que algunas veces nos sorprenden. En primer lugar, que en ambos ataques, Job no pecó con sus labios, y en el primero añade que no culpó a Dios (1:22; 2:10). En segundo lugar, y quizá más sorprendentemente, uno puede tener una teología equivocada (un concepto equivocado de Dios) y al menos en un área de su conducta puede no pecar. Al final del libro, Job se arrepiente. Después que Dios se le revela a Job, y aunque no le responde directamente sus quejas, él confiesa: “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:5s). Dios le abrió la mente para que comprendiera algo que hasta ese momento no comprendía, y junto con una teología equivocada, redundó en una discusión acalorada con sus amigos y en un enojo básico con Dios.

Y creemos que la respuesta está en parte en los primeros dos capítulos (eventos e información que Job y sus amigos ignoraban), y sobre todo en los capítulos 38-41. Ciertamente no podemos tratar todo este material aquí, salteando ese prólogo y yendo a la revelación de Dios a Job.

Resumiéndolo en pocas palabras, Dios le trata de mostrar lo complejo de la creación. Si bien la creación es finita, y nosotros somos seres finitos, Dios no le habla de la infinitud de sus pensamientos sino le da un atisbo de lo tremendamente enmarañada que es la creación, como para decirle que no trate de explicar todo con una simple ecuación de primer orden, o una relación lineal causa-efecto, y en su ignorancia juzgar a Dios por lo acontecido.

Y aquí entra lo de pensamiento complejo, disciplina filosófica que intenta deshacer las consecuencias del pensamiento disyuntivo que nace con René Descartes, donde se busca el paradigma de la simplicidad, de la idealidad, donde se divorcia el objeto estudiado del sujeto investigador, y se crea la así llamada: “objetividad”. Es indiscutible, en cuanto a logros, lo que hizo la ciencia en los últimos siglos con esta metodología filosófica de trabajo, al precio, claro está, de crear un mundo que no existe, porque son mundos ideales e inconexos, donde la compatibilidad entre ellos muchas veces resulta imposible. Por el contrario, el pensamiento complejo busca la integración y justamente el paradigma de la complejidad. El pensamiento lineal es reemplazado por el pensamiento circular o realimentado, y donde la causa no necesariamente precede al efecto, sino que las cosas se transforman en causa y efecto al mismo tiempo.

Dios le dice a Job que la creación no puede comprenderse con la mente humana. Las fuerzas que están en juego actualmente son demasiadas y sumamente intrincadas, al punto tal que no se puede explicar tan fácilmente el por qué de las cosas. Pero quizá le está diciendo, en términos coloquiales, que él está haciendo todo lo posible para mantener el mundo funcionando, evitando todo mal que puede evitarse.

En los días de Jesús, también había gente que se planteaba esta problemática. En Lc. 13:1-5, se plantean dos incidentes. Uno, el de unos galileos que fueron víctimas del sanguinario Pilato, y Jesús aclara que no fue porque eran más pecadores que otros galileos. Y el otro hecho es el de la torre de Siloé que se cayó y mató a dieciocho personas. Y nuevamente Jesús advierte que no es el pecado de ellos el causante de la desgracia. No dice cuál es la causal (no nos resuelve nuestra curiosidad), pero dice que lo que nos corresponde a nosotros es arrepentirnos y vivir en comunión con él.

En el siglo XVII, Blas Pascal dijo que nosotros nos movíamos entre dos abismos: la infinitud de lo pequeño (partículas atómicas) y la infinitud de lo grande (el universo). En la mitad del siglo XX, el filósofo y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin en un intento de integrar biología, física y astronomía, amplió este concepto en tres direcciones: la infinitud de lo pequeño, la infinitud de lo grande y la infinitud de lo complejo. Nosotros y ese medio ambiente es infinitamente complejo. ¿Cuántas cosas no conocemos del mundo visible y del mundo invisible? Por eso, creemos, que Jesús dice que no juzguemos, sino que amemos y perdonemos. No entendemos muchas de las causales, pero sí entendemos que Jesús nos amó y nos perdonó. Es cierto que nuestra mente finita no puede entender la mente de Dios, pero Dios se reveló en Jesucristo, y el que lo ha visto a él ha visto al Padre. Y eso sí lo entendemos. Así que más que dar respuestas ad hoc y esgrimir frases hechas que parecen piadosas, algunas veces es mejor llorar con el que llora, y no abrir la posibilidad a juzgarlo directa o indirectamente a Dios.

Horacio R. Piccardo

domingo, 11 de diciembre de 2011

Devocional Diciembre

Como iglesia este mes comenzamos, por dirección divina, un culto matutino. Todos los lunes de seis a siete de la mañana nos presentamos delante de Dios. Y fue interesante la experiencia. Algunos de nosotros estábamos bastante cansados, porque el día anterior estuvimos ministrando hasta tarde y por lo cual dormimos escasas tres horas. Pero la experiencia valió la pena. Sal. 5:3: “Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré”. David lo busca desde temprano, quizá de madrugada. Una búsqueda personal, íntima.

Y lo cierto es que muchas veces lo hacemos cada uno de nosotros. Ya sea como costumbre o por alguna inquietud particular que el Señor pone en nuestro corazón. Pero nosotros, más allá de lo individual, lo manifestamos en público: el cuerpo de Cristo (y diría en un altísimo porcentaje) decidió presentarse delante del Señor, hacer oír su voz en alabanza y adoración. Y algo curioso que dice el texto es “con ansias esperaré”. Quizá no sea la traducción más feliz por cuanto la ansiedad no es una buena consejera. “Por nada estéis afanosos”, exhorta Pablo a los filipenses. Una mejor traducción podría darse diciendo: “con expectativas (o expectación) esperaré”

Es decir, Dios va a hacer algo: algo nuevo, algo diferente, algo sorprendente, porque Dios cumple, y uno lo busca de mañana. Pero esto me hace reflexionar sobre las promesas de Dios y su impacto sobre nosotros. Una cosa es la promesa de Dios y otra cosa es nuestra psicología. La promesa genera fe en nuestros corazones y así expectativa. Pero alguna distorsión o herida en nuestro corazón puede producir un matiz insalubre: ansiedad. La ansiedad nos descontrola y podemos llegar  a hacer cosas “locas”. Esto puede darse en palabras proféticas. No es que la palabra haya sido incorrecta o que el que habló fuera un/a falso/a profeta. Pero nuestro corazón “sobre-interpretó” el mensaje y, como quien dice, puso el carro delante de los caballos. Y así, no sólo espera su cumplimiento, sino que se adelanta y pretende “ayudar” a que se concrete.

El temor al fracaso nos lleva a la ansiedad. La palabra de Dios no fracasa, pero el temor algunas veces es que nosotros fracasemos en obtenerla, y como que queremos hacer nuestra parte. Es cierto que muchas veces esas palabras dadas por boca de un/a siervo/a son condicionales a nuestro accionar o respuesta. Pero si es de Dios, la gracia tiene que estar presente. Y la gracia no es recompensa ni salario. Es cierto también que debe haber un cambio nuestro (actitudes, perspectivas, corazón en general): nosotros debemos adecuarnos, adaptarnos, transformarnos para ser capaces de recibir esa promesa. Pero no podemos forzar la recepción de la misma, haciendo “obras” que la ameriten o haciendo florecer un deseo de controlar la acción divina. Esto es enfermizo y digno de desecharse.

Por otro lado, también es cierto que la espera (en el Señor) en la Biblia nunca es pasiva. No es un cruzarse de brazos, e irresponsable y casi inertemente espero que Dios la cumpla. Tanto la pasividad (o pasivismo) como la actividad controladora (o activismo) son extremos que llevan a situaciones que conducen al deterioro de nuestra salud integral, como también a que seamos traspasados por dolores innecesarios, desilusiones, quebrantos, etc.

Estamos esperando, no con ansias, sino con expectativas. Estas “expectativas” tienen una nota de alegría. La ansiedad, claramente no; por el contrario: preocupación. Y la espera no es pasiva, sino activa. Paradójicamente descansando en el Señor, pero comprometidos en un cambio que Dios está haciendo en nosotros que es para alinearnos con lo que esa promesa va a hacer con nosotros o por medio de nosotros. Y ello lleva tiempo. El retraso algunas veces puede ser por influencia demoníaca. Si es el caso o no, lo cierto es que nosotros tenemos que ser transformados. Justamente cuando creemos que estamos listos, allí podemos ser atrapados por la ansiedad, y comenzamos a cuestionarnos qué pasa, por qué no llega, etc., e inclusive hacer cosas tontas y desilusionarnos.

Presentémonos de mañana al Señor y con expectativas esperemos. A su tiempo la promesa se hará una realidad concreta en nuestras vidas. Pero mientras tanto, estemos sensibles al Espíritu de gracia, que nos transforma imperceptiblemente, quizá, para ser los receptores adecuados de esa promesa.
Horacio R. Piccardo

jueves, 1 de diciembre de 2011

11-11-11 11:11hs

Parece mentira que en pleno siglo XXI (11+11-1 –nadie lo advirtió) haya gente que por un lado no tiene nada que hacer (¿por qué no van a trabajar? Porque hoy es jornada laborable, ¿o no?) o crea que por una cuestión meramente secuencial (el 1 viene después del 0, según el hombre lo definió, como que Noviembre sea el mes 11 –ya que desde el calendario romano es el noveno, de allí su nombre) se establece un nuevo tiempo, se abre una conciencia cósmica o algún otro disparate.

Siete mil (haraganes) congregados en Capilla del Monte para ver si sienten algo o si logran algo. ¿Alguna conciencia cósmica podrá ayudarme a pagar los impuestos a fin de mes? Algunos dijeron que no sintieron nada. ¡Qué bueno! ¡Gracias a Dios que no pasó nada! Porque, ¡qué tal si una manifestación demoníaca de grandes proporciones los tomaba a todos ellos y los sacudía extáticamente y quedaban en trance! ¡Siete mil que volvían a la ciudad, a sus trabajos, a sus hogares con espíritus incorporados! Porque fueron allá en búsqueda de algo o alguien, fueron a meditar, a unirse con algo, a participar de alguna fuerza, entidad o lo que fuera. Abrían sus corazones para lo desconocido, y no sabían que estaban jugando con algo peor que fuego.

Siglo XXI y el mundo sigue en la ignorancia total del mundo espiritual. Siglo XXI y gente supuestamente educada en todo un rango de edades jugando con más de 1 MW de potencia en sus manos, a ver si salta la chispita. Siglo XXI y gente que probablemente tiene un mínimo (y espero quedarme corto en ese calificativo) de conocimiento religioso cristiano, busca en lo que no es Dios lo que debería buscar sólo en Dios.

Me hace acordar a la historia de Elías en ese sacrificio que hizo al pie del monte Carmelo. En aquel tiempo los falsos profetas de Baal eran cuatrocientos y los de Asera cuatrocientos cincuenta. Danzaron en un frenesí y comenzaron a tajearse y a chorrear sangre de sus heridas y gritaban desesperadamente para que Dios respondiese con fuego a su sacrificio. Pero no pasó nada. Pero después nos preguntamos ¿por qué la Argentina esta “seca”?. ¿Por qué “no llueve”?

Lamento que no haya habido un Elías, que sí hiciese hecho bajar, no la conciencia cósmica, sino la presencia de Dios en ese lugar. ¡Qué momento ideal para evangelizar y hacer un culto de milagros! ¡Qué bueno hubiese sido que un espíritu de arrepentimiento inundara todo ese monte en Córdoba! O aquí, en Palermo.

Nunca vi algo más ridículo que gente de todas las edades comenzaran a aplaudir después de las 11:11hs. ¿A quién le aplaudieron? ¡Gente grande! Pero en una pavada mayor que la de cualquier adolescente. ¿A esto llamamos “Argentina madura”? ¿Estos son los valores que supimos construir?

Horacio Raúl Piccardo 

Sobre la "libre elección" y otras sanatas del egoísmo humano. Parte II

Traigamos nuevamente a la escena el tema de la “libre elección”. El correcto manejo de la libertad identifica, de alguna manera, a una persona adulta. Pero la libertad, que ciertamente todos queremos, por y en sí misma puede ser peligrosa y destructiva. De hecho, Adán, en ausencia de su compañera, y con plena libertad en relación con su par (ningún compromiso a nivel humano) no estaba satisfecho. Encontró satisfacción, sin embargo, cuando entró en relación con su par, y así su libertad de alguna manera tuvo que restringirse por la existencia del otro, y esa libertad se restringió porque decidió amarla. La consecuencia de brindar amor nos hace limitarnos en nuestras libertades, y esto a su vez es necesario para que la otra parte tenga cabida, tenga vida, tenga desarrollo, tenga crecimiento y finalmente se pueda acercar a mí, quien de alguna manera le da un sentido de existencia (proximidad, “projimidad”).
Pablo cuestiona el uso que algunos cristianos hacían de su libertad en cuanto a lo que comían y bebían creyéndose con derecho de hacerlos porque eran supuestamente más “crecidos”, más maduros que los otros prejuiciosos que se limitaban en esto o aquello (Ro. 14:1-15:7). Pero el apóstol va a decir que el Reino de Dios no es cuestión de comida y bebida (14:7). En otras palabras, que tengamos más libertad no es lo determinante en el Reino. Que coma o no coma no me hace que esté o no en el Reino. Lo que determina esto es mi relación personal con el Espíritu Santo. Y si uno tiene una relación correcta con él, entonces va a amar a su prójimo, va a vivir en una correcta relación con él, que involucra la paz y el gozo. Esta es la conducta que agrada a Dios. Justamente en el versículo siguiente. Cuando este amor y esta paz existen se genera todo un estado de alegría. “El que sirve de esta manera a Cristo es aceptable por Dios y aprobado por los hombres”, continúa diciendo Pablo. Vivir de esta manera es servir a Cristo y este tipo vida consagrada es una ofrenda que Dios acepta.
Decir “libre elección”, centrándose en el yo y despojándose de todo lo que materialmente “estorba” para mi proyecto egoísta de vida, sin pensar en el otro, no es un acto de madurez, ni tampoco –diría– de libertad. De madurez, porque sigo pensando con un horizonte tan pequeño como cuando era niño (fuertemente egocéntrico): motivado por lo inmediato, por lo determinado por las circunstancias tangibles, por el aquí y el ahora.
Pero tampoco es una elección “libre”. Está impregnada de miedos, fundamentalmente a que alguien me “robe” el tiempo, me “robe” mi espacio, me “robe” mis finanzas, me “robe” mi silueta, me “robe” mi libertad. No está muy lejos de las motivaciones que llevaron a Herodes a matar a todos los chicos menores de dos años, para asegurarse la muerte del Rey que había nacido: uno que tomaría tarde o temprano su lugar.
Y cuando uno obra por miedo, ya no es libre y tampoco ama, porque en el amor no hay temor. Pero, por el contrario, en el miedo hay juicio, hay condenación. Cuando uno obra por miedo está huyendo (“el impío huye cuando nadie lo persigue”, reza el proverbio). Ser esclavo del miedo (aunque éste esté encubierto), no hace a la persona madura, ni sabia en sus decisiones ni mucho menos libre.
Jesús dice: “y seréis verdaderamente libres”. Libres para poder restringirse libremente en esa libertad y brindar amor. Así como la característica fundamental de Dios, como está expresada en las Escrituras, es el amor, y Pablo nos exhorta a ser imitadores de Dios andando en amor, nuestro móvil primario debe ser el amor y no la libertad. La libertad la tenemos para dar amor (“no debáis nada a nadie –añade el apóstol– sino el amaros unos a otros”. Es el amor el que va a dar cabida, el que va a dar edificación, el que va a dar vida, el que va dar espacio, el que va a desarrollar humanidad, el que va a sanar a la sociedad.
Sólo el/la que está en Cristo puede elegir libremente, y esa elección lo/la va a mantener en libertad si es precedida por el amor, sobre lo cual no hay ley. El amor no hace mal a nadie; la ausencia de él, hace mal a todos, generando una cadena o círculo de violencia cuya extensión escapa a nuestro entendimiento. Basta escuchar lo que le dijo Dios a Caín: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gn. 4:11). ¿Y la de los hijos abortados será muda?

Horacio Raúl Piccardo

Sobre "la libre elección" y otras sanatas del egoísmo humano. Parte I

Parte del problema que subyace en este tema radica en el concepto de poder y libertad que manejamos. En el caso de poder, podemos habla de dos tipos de poder que los llamamos poder alienante y poder edificante. El primero tiene que ver con el ejercicio de un poder que de alguna manera tengo (delegado, de última) que lo único que busca es fortalecerme y perpetuarme y aun desarrollarme en el poder a expensas del otro. De esta manera, no sólo lo subhumanizo al prójimo con el sentido de estar por sobre él/ella, sino que también, yo, desde una perspectiva bíblica, también me subhumanizo. Esto, en otras palabras, es animalizarse. Vemos este ejercicio de poder en Occidente (y más allá de Occidente), donde la sociedad se ha animalizado y estamos en una "ley de la jungla", tratando de sobrevivir en un entorno humano totalmente hostil.
El otro tipo de poder es le constructivo, edificante, restaurado. Es el poder que maneja Dios, que va siempre asociado con cumplimiento de promesas de restauración, reconstrucción, edificación. Va junto con sabiduría, va junto y precedido por el amor. Nunca mi edificación va primero, sino que mi edificación es consecuencia de mi esfuerzo por edificar al otro (aquí podríamos poner muchísimos textos bíblicos; es central este concepto en todo lo que es ético). el poder de Dios es constructivo, restaurador, edificante, que busca el crecimiento de su criatura.
Por otro lado está el tema de la libertad. El definirla como "yo hago lo que quiero", es un error desde su total concepción, ya que no existe este concepto ni siquiera en Dios. La libertad tiene un componente social intrínseco. Inclusive en Dios, comunidad eterna de tres personas, no está exento de esta realidad. La libertad del Padre nunca fue a expensas de violar o violentar la libertad del Hijo y del Espíritu Santo. Por el contrario, las decisiones tomadas por cada una de las personas, fue en total acuerdo (o como se dice actualmente "consenso"). Se lee: "Hagamos..." "Descendamos y confundamos". La voluntad del Padre coincide con la del Hijo y la del Espíritu Santo. No están en conflicto, en tensión, en oposición, sino en acuerdo y armonía. Esto es así, porque toda acción (en el sentido amplio del término) de Dios principia por el amor. El amor siempre tiene al otro como objeto del mismo. De modo que mi libertad, siempre debe ser filtrada por el amor, y por causa de ese objeto de amor, mi libertad debe restringirse para que el otro no se vea coartado o subhumanizado. El no actuar así violenta y eventualmente destruye la humanidad del otro.
Creo que este principio, inclusive está en Dios mismo. Al crear al ser humano y hacerlo a su imagen y semejanza, Dios se auto-limitó, para que no hubiera un conflicto coercitivo de voluntades y de libertades, y el ser humano pudiera decidir libremente de amarlo, y así seguirlo o no a Dios. De hecho, si Jesús hace su "kenosis", y sabiendo que Jesús no hace nada sin verlo al Padre hacerlo igualmente, entonces, la enseñanza básica del Reino es "kenótica", de vaciamiento, de renuncia a los derechos propios, por causa de la existencia del otro, que es un semejante a mí.
Cuando pensamos en el aborto, como "libre elección", no se piensa en el embrión/feto/criatura, sino se piensa sólo en uno mismo. Pero el tomar tal acción, no hace más que animalizar a la madre, y a toda la sociedad que vota a favor de este tipo de "doctrinas". Violenta, obviamente, el derecho de la criatura, que indefensa, no tiene posibilidades de contrariar a esa decisión. Es la ley del más fuerte, del o de la que tiene los medios para hacerlo. La criatura en el vientre no tiene voz ni voto, no opina; sólo estorba. En la "todosuficiente" y "omnisapiente" sabiduría de la madre se define el destino de ese "eso" que tiene en su vientre, para seguir haciendo su vida, centrada en sí misma, sin que nada ni "nadie", le de una reorientación humanizante y crear no sólo una madre más humana, sino también una sociedad más humana. El poder de Dios que es constructivo, restaurador, puede hacerlo. Pero la filosofía del ser humano que hizo del poder entregado por Dios a él, hizo tal deformación que para lo único que sirvió es para su autodestrucción: se destruye constitutivamente y se destruye como sociedad.

Horacio Raúl Piccardo

Ya es tiempo (y ya pasó bastante) para una reforma carismática

Traducido y adaptado por Horacio R. Piccardo de It’s Time (Past) for a Charismatic Reformation por J. Lee Grady.

Miércoles, 26 de octubre del 2011, 09:05. Edt. J. Lee Grady Newsletters – Fire in My Bones

En honor al Día de la Reforma, presento aquí algunas quejas que estoy clavando en la puerta de Wittenberg.

Mucho antes que hubiera protestas piqueteras[1], Martín Lutero organizó la protesta más importante de la historia. Estaba enojado porque los líderes católicorromanos estaban prometiendo perdón y un temprano escape del purgatorio a cambio de dinero. Así el 31 de octubre de 1517, Lutero clavó una larga lista de quejas en la puerta de una Iglesia en Wittenberg, Alemania.
No soy Lutero, pero cada vez estoy más consciente que las Iglesias llamadas “llenas del Espíritu” hoy luchan con muchas de las mismas cosas que la Iglesia Católica experimentaba en los años alrededor del 1500. No tenemos ‘indulgencia’; tenemos largos programas de televisión para levantar fondos para obras de caridad. No tenemos papas; tenemos superapóstoles. No respaldamos un sacerdocio intocable; arrojamos nuestro dinero celebridades evangelísticas que vuelan en jets privados.

En honor al Día de la Reforma, ofrezco mi propia lista de reformas necesarias en nuestro movimiento. Y debido a que no puedo martillarlas en la puerta de Wittenberg, las posteo online. Siéntanse libres de clavarlas en cualquier lado.

1. Reformemos nuestra teología. El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Él es Dios y es santo. No es una cosa. No es algo indefinido, ni una fuerza, ni un poder innato. Debemos suspender la manipulación que hacemos de él, mandándolo y arrojándolo por todas partes.
2. Volvamos a la Biblia. La palabra de Dios es el fundamento de la experiencia cristiana. Cualquier experiencia dramática, no importa cuán espiritual parezca, debe testearse por la Palabra y el discernimiento que el Espíritu Santo dé. Visiones, sueños, profecías y encuentros con ángeles deben estar en línea con la Escritura. Si no lo hacemos podríamos estar desparramando un engaño.

3. Es tiempo para la responsabilidad personal. Nosotros, los carismáticos, debemos terminar con eso de echarle la culpa de todo a los demonios. Por lo general, la gente es el problema.

4. Suspender el juego. La guerra espiritual es una realidad, pero no vamos a ganar el mundo para Jesús simplemente por gritarle a los principados demoníacos. Debemos orar, predicar y perseverar para ver la victoria final.

5. Suspenda la estupidez. Las personas que golpean, cachetean o empujan a otros durante la ministración deberían sentarse hasta que aprendan que la benignidad es un fruto del Espíritu Santo.

6. Finalizar ya toda extorsión espiritual. Los ministerios cristianos televisivos deben cesar y desistir de toda táctica manipuladora para levantar fondos. Debemos suspender la práctica de darle plataformas a los ministros que ofrecen proclamas extrañas de reintegros financieros sobrenaturales, especialmente cuando retuercen las Escrituras, se imponen fechas de vencimiento y se explotan a los pobres.

7. Ya no más Llaneros Solitarios. Aquellos que dicen ser ministros de Dios –sea que fueren evangelistas itinerantes, pastores locales o lideres de ministerios– deben rendir cuentas a otros líderes. Debe corregirse a cualquiera que rechace sujetar su vida a una disciplina divina.

8. Exponga a los detestables. Las Iglesias deberían comenzar a hacer un chequeo a fondo de los ministerios itinerantes. Aquellos predicadores que han estado ocultando registros criminales, mintiendo sobre matrimonios pasados, acosando a mujeres o rehusando pagar el soporte financiero para sus hijos, deberían ser expuestos como charlatanes y expulsados si no se arrepienten.

9. Suspéndase la falsificación de la unción. Dios es Dios y no necesita nuestra “ayuda” para manifestarse. Esto significa que no nos salpiquemos de iluminadores corporales para sugerir que la gloria de Dios está con nosotros, escondamos joyas falsas sobre el camino para probar que estamos ungidos o desparramemos plumas de pollo sobre nuestras mangas para pretender que los ángeles están en el lugar. Esto es hacerle mentir al Espíritu Santo.

10. Volvamos a la pureza. Ya hemos tenido suficientes escándalos. La iglesia carismática debe desarrollar un sistema de restauración de ministros caídos. Aquellos que caen moralmente deben restaurarse, pero deben desear más sujetarse a un proceso de sanidad que correr inmediatamente de nuevo a los púlpitos.

11. Necesitamos humildad. Los ministros que demandan tratamientos como si fuesen celebridades, exigen sueldos abultados, insisten en títulos o exhiben superioridad sobre otros son culpables de orgullo espiritual.

12. No más grandes siervos de Dios. Los apóstoles son siervos de Cristo y deberían ser los modelos más impecables de humildad. Los verdaderos apóstoles no detentan una autoridad jerárquica de arriba a abajo sobre la iglesia. Por el contrario, ellos sirven a la Iglesia de abajo hacia arriba como verdaderos siervos.

13. Nunca promocione los dones a expensas del carácter. Aquellos que operan en profecía, sanidad y milagros deben exhibir también el fruto del Espíritu. Y mientras que continuemos animando el don de lenguas, estemos seguros de que no lo estemos considerando como un artificio de superioridad. El mundo necesita ver nuestro amor y no oír nuestra glossolalia.

14. Que los profetas sean responsables. A aquellos que rehúsen asumir responsabilidad por declaraciones inexactas no se le debería dar ninguna plataforma. Y aquellos “profetas” que viven vidas inmorales no merecen tener una voz pública.

15. Hagamos que lo principal sea principal. El propósito de la unción del Espíritu Santo es potenciarnos para alcanzar a otros. Estamos hoy en una encrucijada: o continuamos fuera de rumbo, entretenidos por nuestros shows carismáticos, o nos lanzamos al evangelismo, a plantar Iglesias, a la misión, al discipulado y al ministerio de compasión, que ayude a los pobres y luche contra la injusticia. Las Iglesias que abracen esta Nueva Reforma se enfocarán en las prioridades de Dios.

J. Lee Grady es editor contribuyente de Carisma. Puedes seguirlo en Twitter en leegradi. Él expone estos tópicos en su libro del 2010: El Espíritu Santo no está a la venta (Chosen).

Horacio R. Piccardo, el traductor de esta nota, es PhD en teología, PhD en ingeniería, pastor y profesor en la universidad y en varios institutos bíblicos y seminarios. Ha escrito numerosos artículos profesionales y ministeriales, como así manuales y libros.

Nota del traductor. Algunas de las “tesis” de Grady parecen muy chocantes y fuertes, y quizá no se sujeten al contexto nacional nuestro… ¿o sí?, y ciertamente a no todo grupo denominacional, sino primordialmente, como claramente deja ver, al sector carismático, pentecostal (o similares). Pero si bien esta es una autocrítica que él da sobre algunos desvíos inaceptables dentro de un sector evangélico, deberíamos contemplar, y con la misma rigidez, los propios y locales, para hacer justamente, honor y un legítimo recuerdo, al día de la Reforma.



[1] N. del T.: El autor se refiere al movimiento Occupy Wall Street (OWS), que es una serie de protestas en la zona de Wall Street, originalmente basada en un grupo canadiense, contra la desigualdad social y económica, orgullo financiero y presión sobre el gobierno de lobistas y otros sectores financieros.

No permitas que tu púlpito se contamine

Miércoles, 19 de octubre del 2011, 11:05. Edt. J. Lee Grady Newsletter - Fire in My Bones.

Tomado, traducido y adaptado de www.charismamag.com



Los ministros que visitan una congregación pueden ser una gran bendición para ellas. Pero si no haces tu tarea, podrías estar invitando un desastre

Un amigo mío recientemente me dijo que los líderes de un ministerio había invitado a un prominente predicador norteamericano para hablar en una conferencia. Durante las discusiones sobre el compromiso, los representantes del predicador explicaron dos de los términos de su visita: (1) él debería siempre ser llamado “apóstol” por cualquiera que se dirigiese a él; y (2) él debería ser llevado del auditorio a una sala de descanso inmediatamente después de que diera su sermón, para garantizar que no fraternizase con la audiencia. Él necesitaba su privacidad.
Si hubiese estado en aquel día del otro lado de la conversación telefónica, habría ofrecido esta respuesta: “Por favor, dígale al Apóstol Arrogancia que, ya que está tan preocupado de no ser molestado por gente sin importancia, no hay problema. Simplemente, no venga. No necesitamos la enfermedad que está desparramando en el cuerpo de Cristo. Dios lo bendiga”. Click.
Esto puede sonar duro, pero no creo que haya otra forma de prevenir la expansión de esta plaga. El “síndrome de la celebridad” está todavía vivo en el 2011, a pesar de la recesión, y la única forma que vamos a parar a estos charlatanes y cabezas infladas de corromper las Iglesias es boicotéandolos. Necesitamos enviarles una carta documento de despido. Recomiendo estas medidas de seguridad:

1. Investigar antes de invitarlos. Hay muchos ministerios itinerantes maravillosos que llevan unciones genuinas y puede traer una gran bendición a las Iglesias y eventos ministeriales. Ellos han sido llamados por Dios como evangelistas, profetas, maestros y líderes apostólicos –y aquellos que caminan en la unción del Espíritu Santo llevarán fruto donde quiera que vayan.

Pero también hay impostores en el circuito de la predicación. Algunos de ellos alguna vez llevaron la unción y la perdieron; otros, en realidad entraron al ministerio como farsantes y aprendieron a devorar a congregaciones ingenuas. No le dé una plataforma a ninguno que tenga una trayectoria cuestionable. Siempre averigüe a quién le rinde cuentas. Si ellos no tienen relaciones, no tienen supervisión o no tienen una junta de referencia, está corriendo un gran riesgo al tenerlos en su Iglesia.

2. Cierre la puerta al egotismo. El síndrome de la celebridad se detecta fácilmente. ¿Tiene el predicador visitante un espíritu de servicio? ¿O aparece como un presumido e inalcanzable? Como todo hombre o mujer comprometido con el ministerio debería tener la actitud que tuvo Jesús, que siempre estuvo dispuesto a cabalgar sobre un burro para entrar en Jerusalén y lavar los pies de sus discípulos. Si permites que un predicador orgulloso y no quebrantado esté en tu púlpito, estarás dando la oportunidad al espíritu de Lucifer de infectar tu congregación.

3. No alimente el espíritu del merecimiento. Todo ministro itinerante aprecia una cálida recepción. Tú le muestras honra cuando le provees con una linda habitación de hotel, le das comidas y transporte durante su estadía. Pero deberías alarmarte si un predicador demanda un tratamiento como si fuera una celebridad.

He oído historias horrorosas de ministros que piden a sus anfitriones que les provean de dinero para hacer compras, ciertos tipos botellas de agua exóticas, limusinas y manicuras. ¡Un predicador que recientemente ministró en Australia demandó un cierto tipo de churrasco que se lo tuvieron que hacer traer desde Estados Unidos! Estos lujos podrían esperarse de una infantil estrella de rock, pero tal comportamiento es reprochable para un ministro del evangelio. No les provea para satisfacer sus apetitos.

4. No tolere el abuso financiero. Conozco una ministra norteamericana que viajó a una Iglesia de Canadá e insistió que el pastor alquilase un auditorio cívico con capacidad para más de mil personas. El pastor no pudo contratar esa sala, pero la evangelista insistió que no iría a menos que no se le proveyera de un gran lugar para el evento. Al final, la evangelista canceló el viaje porque no se había registrado suficiente gente para la conferencia –y al pastor lo dejó plantado con la deuda. Su Iglesia quebró.

Un verdadero ministro del evangelio nunca empujaría a una Iglesia para meterse en deudas solo para satisfacer su necesidad egotista de una gran multitud. Jesús estuvo tan cómodo predicándole a unos pocos discípulos como a toda una multitud, y no basó su éxito en los números. Si caes en la trampa de los números, terminarás apenado por hacerlo.

También, un pastor que cuida de su rebaño nunca permitirá un predicador visitante que manipule financieramente a su congregación. Los oradores visitantes que invierten 30 a 45 minutos mendigando dinero o dando promesas extrañas de “recompensas sobrenaturales” al invertir en su trabajo, son tránsfugas que deben dejar el ministerio y encontrar un trabajo en una red de compras televisiva.

5. Cuídese del fuego extraño. Un ministro imparte su vida, no simplemente las palabras de sus sermones. Esta es la razón por la cual  es tan importante que los predicadores del evangelio caminen en humildad, pureza sexual e integridad financiera. Si un ministro se ha comprometido en cualquiera de estas áreas, su unción va a ser perturbada y puede contaminar su púlpito y dejar un medio ambiente tóxico en su Iglesia.

Hablé con un pastor en California que había invitado a un predicador a su conferencia anual. Pero antes que este orador llegara, el pastor conoció que este hombre a menudo usaba la imágenes de las drogas en sus sermones e inclusive había comparado al Espíritu Santo con la marihuana. Cuando él le pidió al orador que se cuidara de hacer tales referencias, el hombre arrogantemente se rehusó a hacerlo. El pastor, agradecido, hizo lo correcto: Educada pero firmemente canceló la visita de ese hombre.

Es posible para nosotros decirles simplemente “no” a estos charlatanes, tránsfugas, embaucadores y evangelistas estrellas de rock que nunca han sometido sus vidas a la disciplina del Espíritu. Por favor, tome en cuenta estas advertencias, inspeccione los frutos y considere seriamente el cancelar la invitación.

J. Lee Grady es editor contribuyente de Carisma. Puede seguirlo en Twitter en leegrady. Sus último libro es 10 mentiras que los hombres creen (Charisma House).



Nota del traductor. ¡Qué pertinente es la nota del autor! Pero no para nada un fenómeno nuevo. Sí quizá los medios, los recursos de ciertos lugares, la existencia de megaiglesias y los lujos de ciertos lugares impensables en otros tiempos den lugar y plataforma para la envergadura que han tomado estos “megaextravíos”, además de la transmisión de conocimiento lamentable de estos hechos.

Ya para fines del siglo I había gente que hacía mal uso de sus funciones, buscando alguna gloria para él (3 Jn.). Todos los ministerios están falsificados: falsos apóstoles, falsos profetas, otro evangelio (heteron euangelion) (Gá. 1.6s), pastores que no son pastores (Jn. 10), falsos maestros, e inclusive falsos hermanos y falsos Cristos. Todo lo genuino, Satanás lo ha corrompido, para propagar el caos, al confusión y que nosotros rechacemos lo falso juntamente con lo genuino. Es más fácil rechazar que discernir.

Pablo habla de lo que vendrá en los últimos tiempos (1 Ti. 4; 2 Ti. 3). Así que no es de sorprendernos, pero sí de vivir más alerta que nunca, sabiendo, al mismo tiempo, que la palabra profética no deja de cumplirse.

La iglesia primitiva también conoció este tipo de impostores en aquellos tiempos. De hecho la Didajé, documento del primer siglo, ya advertía lo siguiente:

“A todo aquel que venga y enseña todas estas cosas que se han dicho antes, recibidle; pero si el maestro es él mismo corrupto y enseña doctrina diferente para la destrucción de esta cosas, no le escuchéis; pero si es para el aumento de la justicia y el conocimiento del Señor, recibirle como al Señor”.

“Pero, con respecto a los apóstoles y profetas, obrad con ellos en conformidad con la ordenanza del Evangelio. Que todo apóstol, cuando venga a vosotros, sea recibido como el Señor, pero no se quedará más de un solo día, o, si es necesario, un segundo día; pero si se queda tres días, es un profeta falso. Y cuando se marche, que el apóstol no reciba otra cosa que pan, hasta que halle cobijo; pero si pide dinero, es un falso profeta. Y al profeta que hable en el Espíritu no lo probaréis ni lo discerniréis; porque todo pecado será perdonado, pero este pecado no será perdonado. No obstante, no todo el que hable en el Espíritu es un profeta, sino sólo el que tiene los caminos del Señor. Por sus caminos, pues, será reconocido el profeta falso y el profeta. Y ningún profeta, cuando ordenare una mesa en el Espíritu, comerá de ella, pues de otro modo es un falso profeta. Y todo profeta que enseñe la verdad, si no hace lo que enseña, es un falso profeta. Y ningún profeta aprobado y hallado verdadero, que hace algo como un misterio externo típico de la Iglesia, y, con todo, no os enseña a hacer todo lo que él hace, que no sea juzgado delante de vosotros; porque tiene su juicio en la presencia de Dios; porque de la misma manera también hicieron los profetas en los días de antaño. Y todo aquel que diga en el Espíritu¸ dame plata y otra cosa, no le escuchéis; pero si os dice que deis a favor de otros que están en necesidad, que nadie juzgue” (Didajé 11).

Hace algunos años, se me invitó a dar un seminario en un naciente instituto bíblico. El tema fue dones y ministerios, y en particular puse un énfasis en los dones y ministerios más controvertidos, entre los cuales estaban los apóstoles y profetas. En esos días, el presidente de la denominación estaba por la zona, que asistió a la conferencia, me dijo que hacía unos meses un determinado apóstol muy conocido en Latinoamérica, vino y literalmente vació los bolsillos de la iglesia en la zona. Como nota cómica, el supuesto apóstol explicó su método a los líderes de la iglesia: su método era que los sábados recogía él la ofrenda y era toda para él, mientras que el domingo la levantaba la iglesia anfitriona y era para ella. Después de estar por bastantes minutos insistiendo con la ofrenda no vio cosa mejor que decir que por una de esas cosas inexplicables se había olvidado de traer su billetera, que ha había dejado en el hotel, e invitó a la gente a hacer una ofrenda simbólica poniendo plata en su mano que él iba a ofrendar (sabiendo que todo era para él), le pusieron alrededor de mil dólares, bajo el apercibimiento por su parte de que no podían retirarlo porque estaba consagrado a Dios.

Simplemente le dije al pastor presidente, que los grandes culpables fueron los líderes que organizaron el evento por permitir que un ladrón entrase a esquilar las ovejas, además de las advertencias que ciertas personas les habían dado acerca de su accionar. Le pregunté, por qué no sacaron una nota en primera plana de algún periódico cristiano advirtiendo a la iglesia de ese delincuente. ¿Hasta cuándo seguirá dando vueltas, y aprovechándose de y devorando a los ingenuos?

En otra ocasión, un muy ungido predicador de Ghana, que había levantado unas 300 iglesias fue a predicar a un aniversario en una ciudad de Paraguay, y en las noches de celebración, abiertas para todo el mundo y gratuitas, éste hombre tenía a cargo los mensajes. Aparentemente las finanzas no cerraban, así que el último día él se dedicó a levantar la ofrenda: 1 hora 20 minutos con esta tarea comenzando con ofrendas de cien dólares, luego 50, luego 20 (recién allí el primero del equipo ministerial invitado se levantó para ofrendar), y así bajando hasta llevar a depositar monedas (“ofrenda de metal”). Ante lo que daba la gente, él prometía de parte de Dios viajes a Miami, Dallas, Atlanta, Los Ángeles (¿Sería agente turístico con cabecera en Estados Unidos?). Luego vino la predicación: 20 minutos. Claro, que durante la “predicación de la ofrenda” sugería no cuestionar, no juzgar la obra del Espíritu. Se lo comenté a un anciano (no organizador del evento), y dudaba de hacer alguna apreciación por el disparate que se había vivido el día anterior.

Hace unos pocos meses un apóstol y profeta se auto-invitó a mi congregación. No lo recibí. En línea con el artículo, su forma de conducirse no me daba paz en mi espíritu.
Horacio R. Piccardo, el traductor de esta nota, es PhD en teología, PhD en ingeniería, pastor y profesor en la universidad y en varios institutos bíblicos y seminarios. Ha escrito numerosos artículos profesionales y ministeriales, como así manuales y libros.