miércoles, 14 de diciembre de 2011

Teodicea, pensamiento complejo y la pastoral


Teodicea es aquella parte de la teología que trata de compatibilizar la existencia y extensión del mal con un Dios omnipotente, omnibenvolente y omnisciente. Por qué el mal existe, por qué Dios no lo frena, por qué sufren los justos, etc. Desde la pastoral, si hay un tema que recurrentemente llega es el del sufrimiento. Y cuando lo hace, si somos honestos, debemos confesar nuestra ignorancia del por qué sucedió lo que sucedió. Es allí cuando quizá aventuramos algunas respuestas tipo cliché con el objeto de traer consuelo, de alguna manera, a la persona o personas que estamos ministrando. Y estas respuestas pueden ser frases hechas (por lo común), cuyo origen ignoramos y en cuyas implicancias éticas no pensamos, o promesas con las que directa o indirectamente le hacemos decir a Dios cosas que no dice y alimentamos, así, vanas esperanzas.

Por lo general, nosotros tendemos a decir que la finitud de nuestra mente no puede comprender la infinitud de la mente de Dios. Y esto tiene sustento bíblico (Is. 55:8s) y buena lógica. La pregunta es si todo el tema del sufrimiento es esconde detrás de esta ignorancia nuestra en particular. Porque este razonamiento, tarde o temprano, involucra a Dios en la problemática. Y aquí se corre el riesgo de involucrarlo moralmente Dios responsabilizándolo por los hechos. El prejuicio más clásico es que detrás de toda desgracia hay un bien escondido o un bien superior, o aun, que Dios está en control de todo. Pero no podemos explicar el por qué Dios ejecuta, o al menos permite, el mal, sabiendo que es mal. ¿No es Dios, acaso, todopoderoso como para no poderlo hacer de otra manera?

El libro bíblico que par excelence habla del sufrimiento es el libro de Job. A partir de su capítulo 3 comienza el diálogo entre Job y sus amigos tratando de dilucidar por qué pasó lo que pasó. Mientras que en rasgos generales, Job defiende su integridad, sus amigos lo acusan porque Dios castiga al pecador, y si vino todo este juicio debe haber algo escondido en su corazón que tiene que confesar. Lo curioso del caso, es que Job veía a Dios como un tirano injusto, castigador, arbitrario, que no quería matarlo y lo mantenía en sufrimiento. Muchos pasajes a lo largo de todas sus alocuciones dan muestras de este pensamiento, desde que vino la primera desgracia, con su famoso “Dios dio y Dios quitó” (1:21) y el “¿…aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (2:10) después del segundo ataque.

Y aquí surgen dos puntos importantes, que algunas veces nos sorprenden. En primer lugar, que en ambos ataques, Job no pecó con sus labios, y en el primero añade que no culpó a Dios (1:22; 2:10). En segundo lugar, y quizá más sorprendentemente, uno puede tener una teología equivocada (un concepto equivocado de Dios) y al menos en un área de su conducta puede no pecar. Al final del libro, Job se arrepiente. Después que Dios se le revela a Job, y aunque no le responde directamente sus quejas, él confiesa: “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto y me arrepiento en polvo y ceniza” (42:5s). Dios le abrió la mente para que comprendiera algo que hasta ese momento no comprendía, y junto con una teología equivocada, redundó en una discusión acalorada con sus amigos y en un enojo básico con Dios.

Y creemos que la respuesta está en parte en los primeros dos capítulos (eventos e información que Job y sus amigos ignoraban), y sobre todo en los capítulos 38-41. Ciertamente no podemos tratar todo este material aquí, salteando ese prólogo y yendo a la revelación de Dios a Job.

Resumiéndolo en pocas palabras, Dios le trata de mostrar lo complejo de la creación. Si bien la creación es finita, y nosotros somos seres finitos, Dios no le habla de la infinitud de sus pensamientos sino le da un atisbo de lo tremendamente enmarañada que es la creación, como para decirle que no trate de explicar todo con una simple ecuación de primer orden, o una relación lineal causa-efecto, y en su ignorancia juzgar a Dios por lo acontecido.

Y aquí entra lo de pensamiento complejo, disciplina filosófica que intenta deshacer las consecuencias del pensamiento disyuntivo que nace con René Descartes, donde se busca el paradigma de la simplicidad, de la idealidad, donde se divorcia el objeto estudiado del sujeto investigador, y se crea la así llamada: “objetividad”. Es indiscutible, en cuanto a logros, lo que hizo la ciencia en los últimos siglos con esta metodología filosófica de trabajo, al precio, claro está, de crear un mundo que no existe, porque son mundos ideales e inconexos, donde la compatibilidad entre ellos muchas veces resulta imposible. Por el contrario, el pensamiento complejo busca la integración y justamente el paradigma de la complejidad. El pensamiento lineal es reemplazado por el pensamiento circular o realimentado, y donde la causa no necesariamente precede al efecto, sino que las cosas se transforman en causa y efecto al mismo tiempo.

Dios le dice a Job que la creación no puede comprenderse con la mente humana. Las fuerzas que están en juego actualmente son demasiadas y sumamente intrincadas, al punto tal que no se puede explicar tan fácilmente el por qué de las cosas. Pero quizá le está diciendo, en términos coloquiales, que él está haciendo todo lo posible para mantener el mundo funcionando, evitando todo mal que puede evitarse.

En los días de Jesús, también había gente que se planteaba esta problemática. En Lc. 13:1-5, se plantean dos incidentes. Uno, el de unos galileos que fueron víctimas del sanguinario Pilato, y Jesús aclara que no fue porque eran más pecadores que otros galileos. Y el otro hecho es el de la torre de Siloé que se cayó y mató a dieciocho personas. Y nuevamente Jesús advierte que no es el pecado de ellos el causante de la desgracia. No dice cuál es la causal (no nos resuelve nuestra curiosidad), pero dice que lo que nos corresponde a nosotros es arrepentirnos y vivir en comunión con él.

En el siglo XVII, Blas Pascal dijo que nosotros nos movíamos entre dos abismos: la infinitud de lo pequeño (partículas atómicas) y la infinitud de lo grande (el universo). En la mitad del siglo XX, el filósofo y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin en un intento de integrar biología, física y astronomía, amplió este concepto en tres direcciones: la infinitud de lo pequeño, la infinitud de lo grande y la infinitud de lo complejo. Nosotros y ese medio ambiente es infinitamente complejo. ¿Cuántas cosas no conocemos del mundo visible y del mundo invisible? Por eso, creemos, que Jesús dice que no juzguemos, sino que amemos y perdonemos. No entendemos muchas de las causales, pero sí entendemos que Jesús nos amó y nos perdonó. Es cierto que nuestra mente finita no puede entender la mente de Dios, pero Dios se reveló en Jesucristo, y el que lo ha visto a él ha visto al Padre. Y eso sí lo entendemos. Así que más que dar respuestas ad hoc y esgrimir frases hechas que parecen piadosas, algunas veces es mejor llorar con el que llora, y no abrir la posibilidad a juzgarlo directa o indirectamente a Dios.

Horacio R. Piccardo

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