Hace más de tres décadas el antropólogo Paul
Hiebert publicaba un artículo sobre la relación o influencia que había entre
los idiomas griegos y hebreos con las categorías cognitivas que él llamó “conjuntos
limitados” y “conjuntos centrados” respectivamente. No viene al caso tratarlos
aquí, pero el autor mostraba cómo un lenguaje condicionaba la forma de pensar.
El apóstol Pablo plantea en 1 Co. 2 un tema
paralelo en el contexto de la división partidista que se daba en la iglesia de
Corinto, al parecer por cabecillas con algún conocimiento por arriba del común
denominador de dicha congregación. De modo que él comienza planteando que
cuando él llegó a Corinto y comenzó al fundación de la iglesia no fue con
“superioridad de palabras o de sabiduría” (2:1). Su objetivo era transmitir lo
que emanaba del sacrificio de Cristo (2:2) y su mensaje estuvo caracterizado no
por verborragia barata, sino “con demostración de Espíritu y de poder” (2:4),
que tenían como propósito que la fe de los conversos descansase no sobre
desarrollos lógicos del razonamiento humano, sino sobre la experiencia concreta
del Espíritu Santo obrando en las vidas de las personas (2:5). Esto es bastante
significativo, ya que Charles Kraft sostiene que el conocimiento experiencial
es el más poderoso para cambiar las cosmovisiones, mientras el intelectual el
que menos logra (aunque sea el más difundido en occidente, incluyendo en los
seminarios). En este sentido, como ejemplo, el ciego de nacimiento no podrá
decir mucho delante de los teólogos profesionales del templo, pero su teología
principiaba en una cosa: “si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego
y ahora veo” (Jn. 9:25).
Ahora, esto no quiere decir, que el apóstol se
dedicara todo el tiempo a hacer milagros y señales de poder. Había tiempo para
hablar sabiduría. Pero en este sentido hace dos observaciones. Primero la habla
con los que han alcanzado madurez y segundo, la sabiduría de la que habla es la
celestial, la divina, la que estuvo predestinada para nosotros para nuestra
gloria (2:6s). Dicha sabiduría escapa a cualquier razonamiento e imaginación
humana. Escapa a toda estructura cognitiva y vocabulario humano (2:9). Sin
embargo, Dios la hizo accesible a nosotros (ya que estaba preparada para
nosotros) por medio de la revelación del Espíritu Santo (2:10).
Aquí el Espíritu Santo parece estar cumpliendo
una doble función. Primero de escudriñar todo y particularmente “las
profanidades de Dios”. Y segundo, nos las revela a nosotros. Jesús había dicho
que el Consolador no hablaría de su propia cuenta, sino que nos hablaría todo
lo que oyese (Jn. 16:13). Todo lo que el Padre le habla al Hijo, el Espíritu
Santo nos lo transmite, y así nos guía a toda la verdad. Estas
profundidades de Dios, quizá tengan que ver fundamentalmente con los
“pensamientos de Dios” (2:11). De la misma manera, el espíritu humano examina
los pensamientos del ser humano (2:11; cf. Pr. 20:27). A la luz de estos
versículos, el diagrama (no mostrado) se muestra incompleto, por lo que deja de decir, pero
las Escrituras no niegan –sino que afirman– nuestra comunicación en oración y
adoración en el espíritu (cf. Jn. 4:24; 1 Co. 14).
El Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu
que somos hijos de Dios (Ro. 8:16) y nos revela lo que Dios nos ha dado
gratuitamente (2:12). Y Pablo dice que “de esto hablamos”. Esta es la sabiduría
espiritual, celestial o de Dios de la cual habla. Pero esta revelación genera
un lenguaje nuevo, ya que las categorías lingüísticas están muy limitadas para
la revelación que escapa, como dijo, a la imaginación humana. Es así que el
Espíritu Santo enseña nuevas palabras acomodando esos pensamientos o revelación
a un nuevo lenguaje espiritual (2:13).
Es muy común ver en chicos en edad de crecimiento
que ante nuevas experiencias y un vocabulario reducido, inventan alguna palabra
(cuando ya existe una apropiada, pero que la desconocen) para expresar lo
vivido. Algunas veces se ha argumentado que un documento bíblico no es de tal o
cual autor, porque el vocabulario es diferente. Pero la realidad es que
experiencias nuevas generan categorías cognitivas nuevas que requieren un nuevo
vocabulario, enseñado, en este caso, por el mismo Espíritu Santo. Pablo había
experimentado, por ejemplo, un rapto al tercer cielo donde dice que “escuchó
palabras inefables que al hombre no se le permite expresar” (2 Co. 12:4).
¿Cómo comunicar o a quién comunicar esto? ¿Quién
puede recibirlo? ¿Para quién es? Ciertamente no para el hombre natural (psujikós), el almático, el que se dirige
por sus emociones y pensamientos. Para él las cosas del Espíritu son locura. No
las puede entender, porque no tiene el Espíritu Santo, que de alguna manera
“decodifica” y da entendimiento a la persona. Se disciernen espiritualmente (2:14).
Por el contrario, el ser humano espiritual (pneumatikos)
está habilitado para discernirlo todo. Sin embargo, no todo creyente, da a
entender Pablo, está habilitado. Porque el carnal (sarkinos), el niño en Cristo (como opuesto al espiritual) (3:1)
inhabilita esta revelación y entendimiento. Las divisiones, los celos, las
contiendas (no creo que la lista esté cerrada) son ejemplos de esta inmadurez
que hace el cristiano se comporte (o viva) como un ser humano inconverso
(3:3s). Si bien tiene la posibilidad del acceso a los mismos recursos
revelatorios de Dios (tiene la mente de Cristo -2:16), no obstante su estilo de
vida bloquea esa posibilidad y requiere que se le de “leche”.
Este capítulo 2, y sobre todo estos versículos
iniciales del 3, junto con lo que la 1 Corintios enseña, que Pablo dice que sigue
siendo “leche”, nos muestra, para nuestra vergüenza, que muchas veces andamos
también nosotros “como hombres”. Perdemos mucha revelación por hacer caso a
cuanta cosa mundana se nos cruza por nuestras mentes y corazones. Pablo enseña
en Ro. 12:2, que debemos transformarnos (metamorfoo)
por medio de la renovación de nuestro entendimiento para poder comprobar (dokimazo) la voluntad de Dios, que es
buena, agradable y perfecta. La voluntad de Dios, entonces, puede ser
verificada pero sólo con una mente renovada. Y la mejor forma de renovarla es
con experiencias con el Espíritu Santo, que son capaces, por un lado, de
desbloquear patrones antiguos de pensamientos y por el otro lado darnos nuevas
cosmovisiones, nuevas ideas y un nuevo lenguaje. Nuestra mente debe renovarse
en el espíritu que está detrás de ella (Ef. 4:23).
Esto nos anima a buscar nuevas experiencias con
el Espíritu Santo, que tiene que ver con la sabiduría de Dios. Esto nos habla
de crecimiento espiritual, de madurez, de nuestra gloria a la cual nos
predestinó por Dios, pero esa experiencia gloriosa con el Espíritu Santo no
está al margen de la guianza que él nos quiere dar para hacer morir todas
aquellas obras (de la carne) que de otra manera bloquearían ese crecimiento y
madurez. Los que son guiados por el Espíritu Santo, esos son los hijos de Dios,
y esto nos habla de un proceso continuo, de ser formados continuamente como
hijos de Dios. La invitación siempre es a crecer a la imagen y semejanza de
Cristo.
Horacio R. Piccardo
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