miércoles, 14 de diciembre de 2011

Revelación y cateogorías cognitivas


Hace más de tres décadas el antropólogo Paul Hiebert publicaba un artículo sobre la relación o influencia que había entre los idiomas griegos y hebreos con las categorías cognitivas que él llamó “conjuntos limitados” y “conjuntos centrados” respectivamente. No viene al caso tratarlos aquí, pero el autor mostraba cómo un lenguaje condicionaba la forma de pensar.

El apóstol Pablo plantea en 1 Co. 2 un tema paralelo en el contexto de la división partidista que se daba en la iglesia de Corinto, al parecer por cabecillas con algún conocimiento por arriba del común denominador de dicha congregación. De modo que él comienza planteando que cuando él llegó a Corinto y comenzó al fundación de la iglesia no fue con “superioridad de palabras o de sabiduría” (2:1). Su objetivo era transmitir lo que emanaba del sacrificio de Cristo (2:2) y su mensaje estuvo caracterizado no por verborragia barata, sino “con demostración de Espíritu y de poder” (2:4), que tenían como propósito que la fe de los conversos descansase no sobre desarrollos lógicos del razonamiento humano, sino sobre la experiencia concreta del Espíritu Santo obrando en las vidas de las personas (2:5). Esto es bastante significativo, ya que Charles Kraft sostiene que el conocimiento experiencial es el más poderoso para cambiar las cosmovisiones, mientras el intelectual el que menos logra (aunque sea el más difundido en occidente, incluyendo en los seminarios). En este sentido, como ejemplo, el ciego de nacimiento no podrá decir mucho delante de los teólogos profesionales del templo, pero su teología principiaba en una cosa: “si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo” (Jn. 9:25).

Ahora, esto no quiere decir, que el apóstol se dedicara todo el tiempo a hacer milagros y señales de poder. Había tiempo para hablar sabiduría. Pero en este sentido hace dos observaciones. Primero la habla con los que han alcanzado madurez y segundo, la sabiduría de la que habla es la celestial, la divina, la que estuvo predestinada para nosotros para nuestra gloria (2:6s). Dicha sabiduría escapa a cualquier razonamiento e imaginación humana. Escapa a toda estructura cognitiva y vocabulario humano (2:9). Sin embargo, Dios la hizo accesible a nosotros (ya que estaba preparada para nosotros) por medio de la revelación del Espíritu Santo (2:10).

Aquí el Espíritu Santo parece estar cumpliendo una doble función. Primero de escudriñar todo y particularmente “las profanidades de Dios”. Y segundo, nos las revela a nosotros. Jesús había dicho que el Consolador no hablaría de su propia cuenta, sino que nos hablaría todo lo que oyese (Jn. 16:13). Todo lo que el Padre le habla al Hijo, el Espíritu Santo nos lo transmite, y así nos guía a toda la verdad. Estas profundidades de Dios, quizá tengan que ver fundamentalmente con los “pensamientos de Dios” (2:11). De la misma manera, el espíritu humano examina los pensamientos del ser humano (2:11; cf. Pr. 20:27). A la luz de estos versículos, el diagrama (no mostrado) se muestra incompleto, por lo que deja de decir, pero las Escrituras no niegan –sino que afirman– nuestra comunicación en oración y adoración en el espíritu (cf. Jn. 4:24; 1 Co. 14).




El Espíritu Santo testifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Ro. 8:16) y nos revela lo que Dios nos ha dado gratuitamente (2:12). Y Pablo dice que “de esto hablamos”. Esta es la sabiduría espiritual, celestial o de Dios de la cual habla. Pero esta revelación genera un lenguaje nuevo, ya que las categorías lingüísticas están muy limitadas para la revelación que escapa, como dijo, a la imaginación humana. Es así que el Espíritu Santo enseña nuevas palabras acomodando esos pensamientos o revelación a un nuevo lenguaje espiritual (2:13).

Es muy común ver en chicos en edad de crecimiento que ante nuevas experiencias y un vocabulario reducido, inventan alguna palabra (cuando ya existe una apropiada, pero que la desconocen) para expresar lo vivido. Algunas veces se ha argumentado que un documento bíblico no es de tal o cual autor, porque el vocabulario es diferente. Pero la realidad es que experiencias nuevas generan categorías cognitivas nuevas que requieren un nuevo vocabulario, enseñado, en este caso, por el mismo Espíritu Santo. Pablo había experimentado, por ejemplo, un rapto al tercer cielo donde dice que “escuchó palabras inefables que al hombre no se le permite expresar” (2 Co. 12:4).

¿Cómo comunicar o a quién comunicar esto? ¿Quién puede recibirlo? ¿Para quién es? Ciertamente no para el hombre natural (psujikós), el almático, el que se dirige por sus emociones y pensamientos. Para él las cosas del Espíritu son locura. No las puede entender, porque no tiene el Espíritu Santo, que de alguna manera “decodifica” y da entendimiento a la persona. Se disciernen espiritualmente (2:14). Por el contrario, el ser humano espiritual (pneumatikos) está habilitado para discernirlo todo. Sin embargo, no todo creyente, da a entender Pablo, está habilitado. Porque el carnal (sarkinos), el niño en Cristo (como opuesto al espiritual) (3:1) inhabilita esta revelación y entendimiento. Las divisiones, los celos, las contiendas (no creo que la lista esté cerrada) son ejemplos de esta inmadurez que hace el cristiano se comporte (o viva) como un ser humano inconverso (3:3s). Si bien tiene la posibilidad del acceso a los mismos recursos revelatorios de Dios (tiene la mente de Cristo -2:16), no obstante su estilo de vida bloquea esa posibilidad y requiere que se le de “leche”.

Este capítulo 2, y sobre todo estos versículos iniciales del 3, junto con lo que la 1 Corintios enseña, que Pablo dice que sigue siendo “leche”, nos muestra, para nuestra vergüenza, que muchas veces andamos también nosotros “como hombres”. Perdemos mucha revelación por hacer caso a cuanta cosa mundana se nos cruza por nuestras mentes y corazones. Pablo enseña en Ro. 12:2, que debemos transformarnos (metamorfoo) por medio de la renovación de nuestro entendimiento para poder comprobar (dokimazo) la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta. La voluntad de Dios, entonces, puede ser verificada pero sólo con una mente renovada. Y la mejor forma de renovarla es con experiencias con el Espíritu Santo, que son capaces, por un lado, de desbloquear patrones antiguos de pensamientos y por el otro lado darnos nuevas cosmovisiones, nuevas ideas y un nuevo lenguaje. Nuestra mente debe renovarse en el espíritu que está detrás de ella (Ef. 4:23).

Esto nos anima a buscar nuevas experiencias con el Espíritu Santo, que tiene que ver con la sabiduría de Dios. Esto nos habla de crecimiento espiritual, de madurez, de nuestra gloria a la cual nos predestinó por Dios, pero esa experiencia gloriosa con el Espíritu Santo no está al margen de la guianza que él nos quiere dar para hacer morir todas aquellas obras (de la carne) que de otra manera bloquearían ese crecimiento y madurez. Los que son guiados por el Espíritu Santo, esos son los hijos de Dios, y esto nos habla de un proceso continuo, de ser formados continuamente como hijos de Dios. La invitación siempre es a crecer a la imagen y semejanza de Cristo.
Horacio R. Piccardo

No hay comentarios:

Publicar un comentario