domingo, 11 de diciembre de 2011

Devocional Diciembre

Como iglesia este mes comenzamos, por dirección divina, un culto matutino. Todos los lunes de seis a siete de la mañana nos presentamos delante de Dios. Y fue interesante la experiencia. Algunos de nosotros estábamos bastante cansados, porque el día anterior estuvimos ministrando hasta tarde y por lo cual dormimos escasas tres horas. Pero la experiencia valió la pena. Sal. 5:3: “Oh Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré”. David lo busca desde temprano, quizá de madrugada. Una búsqueda personal, íntima.

Y lo cierto es que muchas veces lo hacemos cada uno de nosotros. Ya sea como costumbre o por alguna inquietud particular que el Señor pone en nuestro corazón. Pero nosotros, más allá de lo individual, lo manifestamos en público: el cuerpo de Cristo (y diría en un altísimo porcentaje) decidió presentarse delante del Señor, hacer oír su voz en alabanza y adoración. Y algo curioso que dice el texto es “con ansias esperaré”. Quizá no sea la traducción más feliz por cuanto la ansiedad no es una buena consejera. “Por nada estéis afanosos”, exhorta Pablo a los filipenses. Una mejor traducción podría darse diciendo: “con expectativas (o expectación) esperaré”

Es decir, Dios va a hacer algo: algo nuevo, algo diferente, algo sorprendente, porque Dios cumple, y uno lo busca de mañana. Pero esto me hace reflexionar sobre las promesas de Dios y su impacto sobre nosotros. Una cosa es la promesa de Dios y otra cosa es nuestra psicología. La promesa genera fe en nuestros corazones y así expectativa. Pero alguna distorsión o herida en nuestro corazón puede producir un matiz insalubre: ansiedad. La ansiedad nos descontrola y podemos llegar  a hacer cosas “locas”. Esto puede darse en palabras proféticas. No es que la palabra haya sido incorrecta o que el que habló fuera un/a falso/a profeta. Pero nuestro corazón “sobre-interpretó” el mensaje y, como quien dice, puso el carro delante de los caballos. Y así, no sólo espera su cumplimiento, sino que se adelanta y pretende “ayudar” a que se concrete.

El temor al fracaso nos lleva a la ansiedad. La palabra de Dios no fracasa, pero el temor algunas veces es que nosotros fracasemos en obtenerla, y como que queremos hacer nuestra parte. Es cierto que muchas veces esas palabras dadas por boca de un/a siervo/a son condicionales a nuestro accionar o respuesta. Pero si es de Dios, la gracia tiene que estar presente. Y la gracia no es recompensa ni salario. Es cierto también que debe haber un cambio nuestro (actitudes, perspectivas, corazón en general): nosotros debemos adecuarnos, adaptarnos, transformarnos para ser capaces de recibir esa promesa. Pero no podemos forzar la recepción de la misma, haciendo “obras” que la ameriten o haciendo florecer un deseo de controlar la acción divina. Esto es enfermizo y digno de desecharse.

Por otro lado, también es cierto que la espera (en el Señor) en la Biblia nunca es pasiva. No es un cruzarse de brazos, e irresponsable y casi inertemente espero que Dios la cumpla. Tanto la pasividad (o pasivismo) como la actividad controladora (o activismo) son extremos que llevan a situaciones que conducen al deterioro de nuestra salud integral, como también a que seamos traspasados por dolores innecesarios, desilusiones, quebrantos, etc.

Estamos esperando, no con ansias, sino con expectativas. Estas “expectativas” tienen una nota de alegría. La ansiedad, claramente no; por el contrario: preocupación. Y la espera no es pasiva, sino activa. Paradójicamente descansando en el Señor, pero comprometidos en un cambio que Dios está haciendo en nosotros que es para alinearnos con lo que esa promesa va a hacer con nosotros o por medio de nosotros. Y ello lleva tiempo. El retraso algunas veces puede ser por influencia demoníaca. Si es el caso o no, lo cierto es que nosotros tenemos que ser transformados. Justamente cuando creemos que estamos listos, allí podemos ser atrapados por la ansiedad, y comenzamos a cuestionarnos qué pasa, por qué no llega, etc., e inclusive hacer cosas tontas y desilusionarnos.

Presentémonos de mañana al Señor y con expectativas esperemos. A su tiempo la promesa se hará una realidad concreta en nuestras vidas. Pero mientras tanto, estemos sensibles al Espíritu de gracia, que nos transforma imperceptiblemente, quizá, para ser los receptores adecuados de esa promesa.
Horacio R. Piccardo

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