jueves, 15 de diciembre de 2011

La Palabra como moldeadora de identidad


Cuando pensamos en el Pr. 18:21, que dice: “Vida y muerte están en el poder de la lengua; los que la aman comerán de su fruto”, se nos viene a la mente una orientación potencial de la explicación del texto en términos contemporáneos. Pero quiero hacer otra lectura del mismo, en referencia, también, a la palabra emitida, aquí ejemplificada por la lengua, con apoyo del versículo anterior. Y lo quiero hacer a la luz de un interesante artículo que presentara David Avilés tratando la gestualidad religiosa y la formación de identidad[1].

A la luz de los estudios neurocientíficos actuales, nadie duda que nosotros somos en parte producto de una contribución genética y de un medio ambiente el cual está antes que nosotros apareciéramos en él. Por así decirlo, estos son elemento fuertemente deterministas en lo que va a ser nuestra personalidad: no dependen de nosotros; depende de otros. Pero los neurocientíficos llegan a romper este casi fatalista determinismo, al mostrar que nosotros estamos genéticamente determinados a no ser genéticamente determinados.[2] Porque si bien el contexto está alrededor de nosotros y nos (altamente) influencia, no determina mucha de sus propuestas. Todavía hay un elemento de libertad dentro de nosotros que determina el curso de nuestra vida, bien a pesar de lo que dicte dicho contexto.

Entonces vemos un tercer elemento moldeador de nuestra persona que son nuestras decisiones. Sin embargo, desde una cosmovisión cristiana, no podemos evita el estructurar al ser humano como alguien que en parte es espíritu y en parte es físico. Y su espíritu está en contacto con el Espíritu Santo (u otras fuerzas espirituales existentes e influyentes). De modo que como cristianos debemos admitir que este factor, en interacción con los otros –fundamentalmente con nuestras decisiones– actúa en la transformación de nuestro ser.

En Romanos 6:17s Pablo agradece a Dios, diciendo “que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados;  y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia”. La figura que pone en el primer versículo en la expresión “forma de doctrina a la que fuisteis entregados” puede visualizarse como un “molde de doctrina en el cual fuimos vertidos”. De hecho “forma” es la palabra griega typos, que también es molde, y entregado (paradídomi), es aquello que viene dado y así se pasa.

La enseñanza (didajé) no es otra cosa que la organización de palabras a partir de una cosmovisión dada y orientada hacia un fin, funciona como una suerte de molde, tal que si nos amoldamos a él, es decir, si “obedecemos de corazón”, tomamos la forma de esa enseñanza. La enseñanza nos estructura, nos da la forma como hijos/as de Dios, y particularmente “siervos de justicia”. La figura familiar de la forma, el molde y nuestra forma, que me viene a la mente es la de un flan o gelatina que se vierte en un molde. Al principio, mientras está caliente (etapa de formación, de impartición, de crecimiento), no tiene forma propia; es líquido. Pero cuando se enfría, el flan o la gelatina tiene la forma del molde.

El secreto, según proverbios, es “amar” esa palabra o enseñanza. Comemos su fruto. El fruto es siervo de justicia. Si se dice comúnmente “somos lo que comemos”, nos transformamos en “hijos de la enseñanza” o de la Palabra.

Pero el proverbio nos dice la otra cara de la moneda también: la vida y la muerte. El secreto es la palabra que amamos. Pablo anima a los colosenses a que la Palabra de Dios abunde en nuestros corazones (Col. 3:16), y no una abundancia estática sino transferible y comunicativa.

La decisión está en nosotros, en qué amamos. Y el amor, para ser tal, debe ser libre. Por eso esta área no puede, desde esta perspectiva, estar determinada por otros factores. Ciertamente, desde una perspectiva bíblica, la gracia de Dios la habilita para decidir en libertad, pero la decisión la tomamos nosotros.

La palabra de Dios restaura la imagen de Jesucristo en nosotros. Pablo, con dolor en el corazón por el retroceso de los gálatas dice que vuelve a sufrir dolores de parto, para que Cristo sea formado en ellos (Gá. 4:19), y los lleva a un razonamiento centrado en la palabra de Dios y la experiencia con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo y la Palabra de Dios van a trabajar conjuntamente para formar el perfil de Jesucristo en nosotros.

Es clásico el texto de Ro. 12:1s en este sentido. No amoldarse a este mundo, sino permitir ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento (nous). Implica que debemos pensar de otra manera, hay otra estructura de palabras que deben moldear nuestra forma de pensar. Esa estructura de Palabras es el evangelio del Reino, es el lenguaje que el Señor nos vino a dar, para lo cual, Jesús mismo, al comenzar su ministerio y decir el Reino de Dios se ha acercado, dice “arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr. 1:15) (dos imperativos presentes, que más rigurosamente deberían traducirse como “permanezcan arrepintiéndose y creyendo en el evangelio continuamente; una actitud de constante cambio de modo de pensar y un creer nuevo a consecuencia de la fe originada por la palabra –cf. Ro. 10:17).

Está en nosotros, en nuestras decisiones, el abrir esta puerta de nuestro entorno espiritual para que seamos transformados para ese propósito divino de ser “siervos de justicia”. Jesús tomó la naturaleza de siervo (morfé doúlou) (Fil. 2:7), e indiscutiblemente la palabra que él oía para hacer su ministerio era la de su Padre.  No hay otra forma, entiendo, de llegar a esa meta (imitar a Cristo), sin amar la Palabra de Dios.

Horacio R. Piccardo



[1] David Avilés: "La corporalidad Religiosa contemporánea. La gestualidad religiosa como construcción de identidad". GEMRIP. Recuperado el 15/12/2011 de http://religioneincidenciapublica.files.wordpress.com/2011/12/corporalidadreligiosacontemporanea-aviles.pdf.
[2] Ansermet, F. y Magistretti, P.: A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente. Madrid: Katz, 2010, p. 24.

1 comentario:

  1. Muchas gracias Horacio por compartir esta palabra! Ha sido de mucha bendición! "La palabra de Dios restaura la imagen de Jesucristo en nosotros" amén!

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